martes, febrero 16, 2010

Recomendaciones de viajes

Supongo que todo el que sigue este blog ya se ha enterado de que hemos lanzado una web de recomendación de viajes, pero por si acaso todavía queda por allí algún despistado, hago aquí un breve resumen.

BuscoUnViaje.com es una web de viajes diferente a todas las que has visto hasta ahora: es una web que, en lugar de recomendarte los lugares que a 'ella' le gustan, escucha lo que tú quieres hacer (¿playa? ¿y un poquito de museos? ¿en mayo? ¿con 500 euros? ¿sólo en Europa?) y luego te recomienda aquellos destinos que más se adaptan a tus gustos y preferencias. En definitiva, BuscoUnViaje.com es el lugar al que acudir cuando no responde a tus emails ese "amigo viajado" que te suele a ayudar a elegir tu próximo destino.

Además, también puedes buscar vuelos, hoteles y coches de alquiler baratos, hacer comparativas entre destinos, ver qué tipo de viajero eres (tu Índice BUV), consultar las numerosas guías de viaje que hemos escrito, ver clasificaciones de los mejores destinos del mundo para diferentes actividades o leer el blog de BuscoUnViaje.

Si quieres saber más sobre el proyecto puedes ir directamente a la web de BuscoUnViaje.com y explorarla a fondo.

martes, noviembre 20, 2007

La apasionante aventura del Raval - Cápitulo I

Allá por el mes de Diciembre logré dar con el piso que llevaba largo tiempo buscando: un ático abuhardillado con vigas de madera vistas, paredes de ladrillo antiguo, parquet y separando la sala de estar de la cocina una escalera de madera que llevaba a... ¡un terrado de 40 metros cuadrados! Después del consiguiente papeleo con notarios, bancos y demás amables instituciones que velan por nuestro bienestar, llegó el día de la mudanza.

Para las mudanzas yo siempre he seguido una regla de oro: invita a tus amigos a pasar un fin de semana a tu casa, alquila un gran camión y, siempre a posteriori, convence a tus amigos para que transporten el camión. Si alguien va a aplicar este método, le aconsejo que no repita dos veces con el mismo amigo, y que mejor no lo intente con David, Alberto, Noelia, Luis o Silvia porque ya se lo saben y no creo que caigan otra vez.

Por la noche, con los muebles ya en su sitio (subidos siguiendo otra regla de oro: los amigos que suben los muebles no deben de ser los mismos que han transportado el camión; es decir, no lo intentéis con Juancho, JR, Genis, Cristina, Bet, Josep o Fabien), con un gozo extraño en mi interior gracias a estar por primera vez en mi vida en suelo de mi propiedad, con el estómago lleno de todo lo que dan en el uruguayo cercano a mi casa (no pidáis la pizza familiar + vino por 9 Euros), me senté en mi nueva terraza junto a Luis a comentar lo feliz que se puede llegar a ser después de un día así.

No recuerdo cual de las innumerables razones para ser feliz estábamos debatiendo cuando la puerta de la zona común de la terraza se abrió. Quizá deba dedicar una línea a explicar que el edificio tiene 4 áticos con terraza, una en cada esquina, y que en el centro hay un pequeño cuarto rodeado de un pasillo que pertenece a la comunidad. Este pasillo 'común' está separado de las terrazas privadas por una valla. Dicho esto, y con el causante de la interrupción ya con sus pies sobre el suelo de la zona común, Luis y yo pudimos observar como este llevaba una botella de agua (de litro y medio, para mas señas) en la mano.

El intenso dialogo entre Luis y yo se quedó para siempre colgando en el aire sin que nadie vuelva jamas a recuperarlo, porque nuestro amigo (me permito esta ligereza a pesar de lo breve de nuestro encuentro) llamó nuestra atención cuando echó el agua que llevaba en la botella por el suelo. Yo recuerdo haber pensado que vaciaba la botella para calcular la inclinación del suelo, pero mi hipótesis perdió validez cuando el misterioso hombre de la noche se acercó hacia la valla de mi terraza, se apoyó en el muro y saltó el mismo, encontrándose dentro de mi terraza antes de que yo pudiera darme cuenta de lo improbable de mi suposición: no llevaba transportador de ángulos.

Miré a Luis, el me miró a mí, los dos miramos al suelo pretendiendo que no habíamos visto nada, y al volver a levantar la vista vi que mi visitante se dirigía con paso tranquilo y seguro hacia mi fregadera, sin siquiera fijarse en nosotros. Entonces, digno hombre de mi casa, defensor de los derechos de propiedad que nos trajo el capitalismo, valiente en mis convicciones, logré sacar un hilillo de voz:

- (voz de pito) Señor, ¿qué hace aquí?
- (voz muy tranquila) Nada, voy a coger agua

Recordad que yo estaba en mi terraza, sentado con Luis a mi lado, en sendas sillas, y que el hombre había saltado mi valla. A pesar de eso, su tono de voz consiguió hacerme sentir culpable por recriminarle que estuviera en mi casa intentando coger agua; agua que pago yo por otra parte.

- (voz de pito y flojita) Pero esta es mi casa...
- (voz extremadamente tranquila) Pero esta vacía, ¿no?
- (voz de pito, flojita y con culpabilidad) Pero yo vivo aquí...
- (mirándonos fijamente, sin moverse) Bueno, no lo sabía. Adiós

Y se fue por donde había venido, saltando la valla con la naturalidad del que se sube al autobús.

Desde nuestras sillas, recuperándonos de la sorpresa de recibir visitas a esas horas de la noche, Luis y yo intentamos entender cómo podía ser que alguien subiera hasta una terraza con una botella de agua medio llena, tirar este agua y entrar en propiedad ajena saltando una valla con el único aparente propósito de volver a llenar la botella de agua en la fregadera.

Las opciones que consideramos fueron:

- no subía a por agua sino a darme la bienvenida a mi nueva casa. Mi voz de pito le resultó desagradable y se inventó lo del agua.

- estaba claro que era vecino porque tenía llaves de la puerta de la terraza común. Por tanto, había subido desde su casa. Por tanto, el agua de mi fregadera le gustaba más que la de su casa. O en su casa estaban todos los grifos ocupados y no quería esperar.

- mi terraza es conocida por sus aguas milagrosas, y ha habido apariciones en el pasado de San Paciano (patrón de mi calle). Por tanto debía esperar cada noche peregrinos que vinieran a beber sus aguas curativas. Debatimos la posibilidad de montar un tenderete y sacar algún beneficio de este asunto, con botellas de agua ya embotelladas con la imagen de San Paciano.

- era un enviado de la comunidad de vecinos para ver si era digno habitante del edificio. Si tal era el caso, había pasado el examen con un aprobado justito, al casi haber pedido disculpas por echar a alguien de mi casa.


Confieso que esa noche me fui a la cama sin haber resuelto el dilema. Pero no tardaría mucho es saber cual había sido la causa real, y este conocimiento llegaría por razones que se expondrán en otro cápitulo de esta saga barcelonesa.


Próximos posibles capítulos:

- de como reventaron el cuarto de las llaves de agua
- de como reventaron la puerta de entrada del edificio
- de como las cartas son un bien comunal
- de como elegir una plaza de parking junto a un alcohólico
- de como sacar un dinero extra al mudarse de casa
- de como instaurar unas normas de convivencia en la comunidad
- de como fui piso a piso avisando de que vendrían a desratizar, y de lo que vi en esos pisos
- de como abrir una puerta con una radiografía
- de como aguantar la respiración al coger el ascensor
- de como lavar la ropa sin comprar detergente y sin lavadora propia

Aventuras en el raval - La oveja

De vuelta a mi casa, todo vuelve a la normalidad: mis vecinos se han comprado una oveja y la guardan en la terraza.




A la oveja no le gusta la terraza y bala y bala y vuelve a balar. Yo, como todavia no duermo muy bien (cosas del jet lag) la acompaño en su insatisfaccion.

Pensaba que la vuelta a Barcelona implicaba la vuelta a la vida-sin-historias, pero mi casa siempre tiene algo nuevo que contar... continuara!

jueves, septiembre 20, 2007

Marruecos: pre-viaje y viaje

Nota: Si estáis planeando un viaje a Marruecos, os recomiendo que visitéis la guía de Marruecos que he escrito recientemente para BuscoUnViaje.com.

Pre-viaje


Surge la idea y decimos que sí. Estamos en Barcelona, Luis y yo, hablando: hay que hacer algo, ha pasado demasiado tiempo desde las últimas vacaciones.

- ¡Vamonos!
- ¿Dónde? – pregunto.
- Marruecos, dice Luis.
- Vale –respondo.

Somos dos, Luis y yo. Somos tres, viene Silvia. Somos cuatro, Francho se apunta. Somos seis: Mar y Sancho quieren venir. Somos cinco, Mar no viene. Cae Silvia, somos cuatro. Somos cinco, Adrián se ha metido en el coche y no hay quien lo saque. David quiere venir: somos seis. Bacilo
también va: somos siete. David no puede venir: nadie sabe cuántos somos. Somos siete: Coke ha respondido que sí.

26 de Diciembre, fun, fun, fun. Todo organizado y bajo control: nos iremos mañana a las cinco de la mañana. Me llama Francho, parece que nos vamos hoy a las once de la noche: me preparo para el cambio. Me llama Sancho, finalmente nos vamos mañana. Hablo con Luis, nadie sabe cuando nos vamos. Es la una de la mañana: nos estamos yendo.

El viaje se presenta caótico y desorganizado: va a ser muy divertido.

Viaje

Coche, coche, coche: Madrid. Música y coche, no pares y sigue tu camino bajo el paraguas del house: seis y media de la mañana en algun punto de Castilla. Yo he dormido, Bacilo ha conducido, Luis ha conversado: cada uno en su papel. Cojo el volante y coche, coche, coche: amanece y el paisaje es de fotografía de fondo de pantalla: olivos, brumas, montañas. ¿Dónde estamos? Pasamos Guarroman y Venta de Pantalones: ¿Cómo se llaman sus habitantes? Olivos, brumas, montañas y coche, coche, coche.

Desayuno en algún pueblo desconocido hasta hoy para la humanidad. Pedimos huevos, panceta y pan: sólo sirven cafés y pacharán. Bebemos café y los nativos nos miran: no entienden por qué no ponemos ron en nuestras tazas.

Coche, coche, coche y llegamos a Algeciras: es la 1h30 de la tarde. El ferry sale y barco, barco, barco: llegamos a Ceuta. La ciudad es fea, el menú del restaurante anodino y las camareras se ríen cada vez que les decimos algo: ¿es nuestro acento?

Frontera y caos, caos, caos. Primer contacto con un policía marroquí: “dame propina”. Segundo contacto con un policía marroquí: esperar, esperar y esperar ante una ventanilla ante la que se agolpa gente, gente, gente. Y tenemos suerte: los marroquíes esperan, esperan y esperan… una jaula de dimensiones humanas los atrapa y retiene.

Estamos en Marruecos.

martes, abril 17, 2007

Archivo: 31.05.05 - Semillas en el oido o como hacer una barbacoa en la discoteca

En ocasiones uno se levanta de la cama sin sospechar que el día que le espera por delante será especial. Algunas mañanas, como la del pasado jueves, uno despierta sin ni siquiera poder imaginar que acabará el día con una semilla clavada en la oreja y con un portero de discoteca dudando entre llamar a la policía o a un psiquiátrico.

El jueves me levanté con mi salto habitual al oír el despertador, llevé a cabo mis labores matutinas y me fui a trabajar. La mañana transcurrió tranquila, dentro de mi tónica, aunque visto desde la distancia tengo que admitir que ya daba muestras de estar un poco atontado: un compañero de trabajo me tuvo que escuchar contarle una historia que él mismo me había explicado el día anterior. Pero eso me ocurre con cierta frecuencia, así que no lo tomé como un signo de lo que se avecinaba...

Por la tarde fui a mi primera sesión de acupuntura con Way Way, una hispanochina que una amiga me había recomendado para tratar de aliviarme el dolor de la pierna. Entre que yo no tenía un día muy fino y que Way Way es un poco china, la conversación no fue todo lo fluida que nos hubiera gustado. En cierto momento me preguntó si nos podíamos ver "fuera" y yo entendí que quería tomar una cerveza conmigo... ante lo que me quedé en silencio mostrando mi sonrisa más boba (todavía no gestiono muy bien la irresistible atracción que ejerzo sobre las mujeres hispanochinas). Lo malo es que ella en realidad me había preguntado si la próxima semana nos podíamos ver en otro horario diferente. O algo así... todavía no sé que me había preguntado exactamente. Lo único cierto es que cuando yo finalmente reaccioné preguntando "¿para qué quieres verme?" ella me contestó muy sorprendida: "¿sólo quieres hacer una sesión? ¿No te parece bien lo que hago?".

Yo volví a sonreír estúpidamente, que es también mi reacción cuando hago el ridículo...

Para salir del bloqueo en el que habíamos entrado, los dos fingimos no haber dicho ni escuchado nada y continuamos con nuestras respectivas tareas: ella clavándome agujas y yo soltando grititos de susto y dolor (como un día encuentre al que se inventó el mito ese de que la acupuntura no duele...).

Más tarde, cuando yo ya estaba dispuesto a irme, Way Way decidió que ya volvía a haber confianza entre nosotros y me preguntó (literalmente): "¿Te puedo meter semillas en el oído?". Yo la imaginé metiéndome semillas a presión con un embudo, y la idea no me resultó demasiado atractiva. Pero como ya estaba escarmentado por la confusión cervecera anterior, decidí no mojarme con la respuesta, contesté con un neutro "¿es normal?" y volví a poner mi sonrisa de ingenuo. Ella me miró una vez más, como interrogándose interiormente sobre a qué patrón de cliente pertenecía yo, si al escéptico o al tonto. Finalmente debió de decidir que al segundo y dijo: "Bueno, normal no lo sé, pero yo siempre pregunto antes de hacerlo". Yo, más que nada por curiosidad, le di mi autorización pero, para mi decepción, cogió un trozo de celo y me pegó una semilla negra en la oreja. Y yo imaginando algún ritual por el que me iba a hacer crecer una planta de mi oído que me acompañaría allá donde fuera...

Ya en la calle, con mis semillas clavadas en la oreja, recibí una llamada de mi hermana avisándome de que pasaría esa noche por Barcelona camino de Aix-en-Provence y que, aprovechando el viaje, me traería un paquete con carne para mi barbacoa del domingo. No tengo aquí el espacio necesario para justificar la compra de carne en Zaragoza y su posterior transporte a Barcelona, pero cualquiera que haya venido a una de mis barbacoas lo entenderá; entenderá incluso que yo estuviera dispuesto a pasar a recoger la carne por la estación de autobuses a las 2h15 de la mañana, hora a la que pasaba el autobús de mi hermana por Barcelona.

Para no esperar en casa con los brazos cruzados hasta las 2h15, llamé a mi primo Borja para ver si tenia algún plan: cuando uno necesita salir un jueves lo mejor es llamar a un universitario, y cuanto más joven más posibilidades de éxito hay. Borja no me defraudó: había quedado con unos amigos para tomar unas cervezas. Pensaban quedarse solo hasta la 1h, pero por lo menos estaría entretenido hasta esa hora.

Las cervezas se convirtieron en güisquis y a las 2 de la mañana me lo estaba pasando tan bien que me dio rabia tener que ir a por la carne. Pregunté a mis jóvenes nuevos amigos si se iban ya a casa y ellos sonrieron irónicamente señalando sus caras: "¿tenemos aspecto de estar pensando en ir a casa? Luego vamos a una fiesta en el club Cibeles". Hice la promesa de buscarles más tarde en la Cibeles y me fui pedaleando en busca de mi hermana. Llegó con un poco de retraso, pero con un gran premio... 5kg de churrasco y 2kg de longaniza. Yo le di un beso y mi hermana traspasó los 7kg de carne a mi mochila, quedando los dos satisfechos con el intercambio. Mi madre, que es muy previsora y seguramente previó que a mí me iba a ser imposible ir a casa directamente desde la estación, había puesto una bolsa aislante y hielo para mantener la carne refrigerada. así que me fui tranquilo hacia la Cibeles, para la fiesta de biología, con mis 5kg de churrasco y mis 2kg de longaniza, pensando que no merecía la pena pasar antes por casa para dejarlos en la nevera.

Por esas casualidades de la vida, camino de la Cibeles me crucé con una chica que repartía invitaciones. Como yo iba en bici no me ofreció ninguna y yo tampoco paré a pedírselas. Pero unos metros más adelante decidí probar suerte y, desde lejos, le pregunté que para dónde eran las invitaciones. Ella contestó: "para la Cibeles" y yo, aunque alucinado por la casualidad, no puse reparos a coger una y así no pagar los 12 Euros que todos los biólogos habían pagado para poder ir a "su fiesta".

A partir de este punto, creo que es mejor pasar a narrar los acontecimientos de una forma visual. De otro modo, estaría tentando de introducir explicaciones y comentarios que quizás le harían perder el hilo al lector. Para alejarme un poco de los hechos, a partir de ahora yo (i.e. Ra y Mon) paso a ser "un tío":

1. llega un tío y aparca su bici frente a la puerta del club Cibeles.

2. el portero/gorila le mira mientras el tío pone el candado.

3. el tío saca las luces de la bicicleta, se quita los sujeta-pantalones reflectantes y con su gran mochila en la espalda se dirige hacia el portero/gorila y le da una invitación con acceso gratuito al club.

4. el portero/gorila le mira mientras el tío sonríe.

5. el tío dice: "¿puedo entrar?"

6. el portero/gorila, con el pinganillo en la oreja, tarda en reaccionar pero finalmente contesta: "¿qué llevas en la mochila?"

7. el tío borra la sonrisa de su cara al recordar lo que lleva en la mochila, y balbucea diciendo "nada importante"

8. el portero/gorila encuentra la actitud del tío sospechosa y le pide que abra la mochila.

9. el tío le dice: "llevo algo muy raro, que te va a extrañar, pero hay una historia lógica que lo justifica".

10. el portero/gorila: "ábrela ahora mismo o no pasas".

11. el tío se quita la mochila, la abre y cuando va a sacar la primera bolsa de churrasco, ve como el portero/gorila le aparta la mano diciendo: "déjame a mí".

12. el portero/gorila sostiene una bolsa con 3Kg de churrasco en alto, mirando alternativamente al tío y a los trozos de carne que rebosan por los huecos superiores de la bolsa. Finalmente alcanza a decir: "¿qué es esto?"

13. la gente que espera en la cola observa incrédula la bolsa de carne.

14. el tío acierta a contestar: "carne para una barbacoa".

15. el portero/gorila medita sobre la lógica que puede tener que un tío (o el tío) vaya a una discoteca con una bolsa de carne para una barbacoa, a las 3 de la mañana. También evalúa la posibilidad de que se trate de un psicópata que descuartiza a sus víctimas. Decide no complicarse la vida y dice: "¿qué más llevas en la mochila?".

16. el tío susurra: "más carne"

17. el portero/gorila mete la mano en la mochila y saca una bolsa con 2kg de churrasco. Vuelve a meditar y decide que si fuera un psicópata no hubiera marinado la carne con especias, que seguramente el tío es simplemente un loco inofensivo, que pasaba por ahí con su bicicleta y que cuando le han dado la invitación para el club ha decidido de forma espontánea entrar a ver que se cocía por allí dentro.

18. el portero/gorila mete la mano en la mochila de nuevo y saca una ristra de longanizas. Por efecto de la gravedad, el papel que envuelve las longanizas se cae y el portero/gorila se queda con una ristra de longanizas que va desde su cabeza hasta sus rodillas. Los biólogos que esperan a entrar en la fiesta miran alucinados al portero. El tío se hace el despistado, como si el asunto no fuera con él. El portero ahora se siente ridículo por la situación y mete apresuradamente la longaniza y la carne en la mochila.

19. el tío pregunta de nuevo: "¿puedo pasar?"

20. el portero/gorila ahora sólo piensa en quitarse de encima al tío, su mochila, sus 5kg de churrasco y su kilométrica ristra de longanizas y le dice que pase. Antes, intenta recobrar su aire autoritario gritándole al tío: "pero no metas la mochila en la pista de baile, déjala en el guardarropa"

21. el tío asiente, entra en la discoteca y baila hasta el amanecer dejando la mochila al del guardarropa, que se sorprende por el peso pero sabe que hay ocasiones en las que es mejor no preguntar qué hay dentro de la bolsa de un tío que te mira con cara de inocente.

Y es que, aunque no lo quiera, mi vida esta llena de pequeños acontecimientos que la hacen más entretenida. Y lo malo, o lo bueno, es que no veo llegar el día en que me dejen de ocurrir estas cosillas: la semana que viene tengo que ir al oculista a que me explique que son esas manchas negras que veo bailar ante mi cuando me da el sol. Y para acabar de arreglarlo, por si yo solito no fuera capaz de hacer mi vida lo suficientemente interesante, la semana que viene me nombran presidente de la comunidad de propietarios: y ser presidente de vecinos capaces de guardar ovejas en sus terrazas o de robarme la ropa tendida no es moco de pavo. Creo que lo quiera o no, esta experiencia me va a dar abundante material para lo que debería de ser mi próximo libro: "yo, Barcelona y mis cosillas".

martes, febrero 20, 2007

Archivo: Compatriota, dímelo tú (23.3.2003)

Definitivamente, en este apartamento es imposible dormir más allá de las siete de la mañana. Nunca hubiera pensado que tal lugar existiera, pero ni yo mismo -capaz de dormir con los pies en la cabeza- soy capaz de luchar contra estas extremas condiciones matinales.

Me llama Flor para decirme que ella y su marido pasaran a buscarme sobre la 11 para ir a casa de su prima. No sé muy bien a qué tipo de barbacoa vamos a ir y me equipo como para ir a un evento social de gran importancia: pantalones blancos de algodón y camisa a juego.

De camino hacia "los Mogotes", la zona donde está la casa, paramos en el único Carrefour que hay en la República Dominicana para comprar la comida. Metemos en el carrito carne como para alimentar a tres pueblos pero el hermano de Flor -lo hemos recogido por el camino- me asegura que no habrá ningun problema para acabarla.

Jonny es el hermano mayor de Flor y me ha permitido observar de nuevo lo que ayer me ocurrió con los amigos de Miguel. Cuando ha subido al coche ni siquiera me ha mirado, como si no existiera; luego hemos estado hablando los cuatro durante unos diez minutos sin que él haga gesto alguno hacia mí y ahora, de repente, se vuelve hacia atrás y me dice: "¿de dónde tu eres?".

Le contesto un tanto tímidamente, cohibido por su brusquedad, pero una vez que el hielo se ha roto -ayer jugando a baloncesto no llegó a romperse- ya no hay quién le pare. Tanto Flor como Jonny son expertos en música española y aunque en mí han encontrado al peor interlocutor posible -segun mi parecer musical, Raphael y Metallica tienen un estilo similar- eso no les afecta y me abruman con nombres de grupos españoles que yo nunca he escuchado.

Todas las salidas de Santo Domingo tienen un peaje en el que hay que pagar 15 pesos (unos 60 céntimos de Euro) tanto al entrar como al salir. Después de la tasa por "abandonar la ciudad" entramos en la autopista Duarte, donde Miguel puede aumentar la velocidad e ir dejando atrás bares y chiringuitos donde ofrecen patatas asadas, platanos -aquí llamados guineos- y cerveza. Jonny y Flor siguen sorprendiéndome con afirmaciones muy informadas sobre Aznar, Zapatero y la situación política española. Jonny quiere ir a Madrid de vacaciones en Julio y me explica muy seguro de si mismo que a las muchachas españolas les gustan los hombres morenitos como él. Yo no sé decirle si es verdad o no, pero si alguien quiere su email para explicárselo lo pongo a vuestra disposicion.

Ya lo he mencionado en varias ocasiones, pero una de las cosas que más me ha impactado aquí es lo bien que conocen España. El sentimiento es en general positivo y ellos aprecian mucho el que yo de muestras de conocer también su cultura y su historia. Lo que no me atrevo a decirles es que todo esto lo sé porque lo lei antes de venir aquí, y que si alguien me hubiera preguntado algo hace un par de meses no hubiera podido decir más de cinco palabras sobre RD. Esta reflexión me lleva también a pensar que cuando nos reímos de los estadounidenses por no saber nada sobre otros países también nos estamos riendo de nosotros mismos: cada uno es ignorante con los que están -o consideran que están- por debajo de ellos. Y si no, que levante la mano el que supiera antes de leer estas líneas algo tan simple como que RD y Haiti comparten la isla de la Hispaniola. Yo no lo sabía hasta poco antes de venir hacia aquí...

Salimos de la autopista y después de quince minutos por un camino de piedras llegamos a la casa de la prima de Flor. Más que casa yo diria que es un chalet de campo: dos pisos, habitaciones gigantescas, terraza kilométrica, piscina, huerto, corrales, ... No sé quién es la prima de Flor, pero yo no he estado en muchas casas así...

En la terraza, tumbado en una hamaca, hay un hombre mayor con vaqueros, camisa de cuadros y gafas de sol. Va descalzo, con la camisa arremangada y cuando se levanta para estrecharme la mano dice: "Saludos compatriota". Inicialmente creo que no se ha dado cuenta de que no soy dominicano pero dudo sobre esta hipótesis cuando Jonny le saluda efusivamente diciendole "Compatriota, ¿cómo tú estás?".

Despues de saludarnos a todos, el hombre nos dice que "la compatriota" está en la casa pero que va a salir enseguida. Yo ya no me puedo aguantar más y le pregunto a Flor que es eso de compatriota por aquí, compatriota por allá, y ella me explica que Balaguer siempre llamaba a todo el mundo compatriota y que algunos de sus seguidores lo siguen usando. Y por extensión, este hombre ha recibido el sobrenombre de "compatriota": él llama a todo el mundo compatriota y todo el mundo le llama a él "el compatriota". Bastante confuso...

De algun sitio surge una nevera llena de hielo con Ron Barceló, cervezas Presidente, vino chileno y güisqui. Tumbado en una hamaca frente a la piscina comienza un día memorable...

Entre vasos vacíos que se llenan automáticamente, el sol tropical que ilumina las montañas que nos rodean, el ruido de la cascada de la piscina, los gritos de la compatriota que advierten a su hijo sobre los peligros del lado profundo de la piscina, la música de fondo de Sabina, Ana Belen, Aute y otros tantos, las risas de Miguel cada vez que Jonny echa un exabrupto y tantos detalles más que mis palabras no llegan a describir, voy dejándome deslizar entre las conversaciones, cada una de ellas más surrealista que la anterior...

- Ramón, escucha compatriota -me dice el compatriota- en España sabéis hacer vino muy bueno, y como yo voy a cultivar viñas aquí quería que tú me dijeras cuántas uvas necesito para hacer una botella de vino.

- Yo no sé, nunca he hecho vino.

- Mira compatriota, con un racimo así -extiende su mano indicando el tamaño- ¿cuánto vino podría hacer?

- No tengo ni idea, si quiere puedo preguntar a algún amigo...

- Bueno compatriota, después hablamos.

Llegan Isabel y Fernando, un indio -de verdad, de los de la India- y una dominicana. Están casados pero no son los reyes católicos, como ellos mismos me confirman muy serios cuando bromeo sobre el asunto (Ramón... no hagas bromas, me repito una vez más). Fernando es originario del Punjab Indio pero se ha educado en varios países y ahora estudia Medicina en Santo Domingo. Isabel no sé que hace, pero me quita las ganas de preguntar cuando me corrije mi español. Le pregunto que cuanto tiempo les ha costado venir desde su casa hasta aquí y ella me contesta diciendo: "Ramón, no se dice costar, se dice durar. Costar sólo se puede utilizar cuando hablas de dinero". Le digo que sí con la cabeza y me voy hacia la hamaca del compatriota.

- Ramón, contéstame una pregunta compatriota: ¿dónde vive la gente en España? Yo cogí muchos aviones cuando estuve allí y me parecio un país muy árido, completamente marrón.

- Bueno, depende de las zonas por las que vaya. El norte es muy verde, y en el mediterraneo vive mucha gente.

- Mira compatriota, yo en Francia sí que vi campos verdes pero en España era todo tierra reseca.

No me atrevo a replicar más y bajo a ver los corrales, donde patos, ocas, gallinas y guineas -algo similar a una gallina pintada- corren como locas para que nadie les ponga el ojo encima y las elija como cena. Adán, el chico encargado de cuidar la finca, anda trabajando en el huerto y le veo cortar unas yucas, unos tuberculos de carne blanca que constituyen la dieta básica de gran parte de America Latina.

Vuelvo a la piscina, donde el hijo de los compatriotas, Jean-Marcos, está llorando porque le duele un ojo. El compatriota lo sienta en su rodilla y le dice:

- Oye compatriota, no te preocupes. Yo he tenido muchos amigos con un solo ojo y les ha ido muy bien en la vida.

Su hijo llora con más fuerza que antes y va a refugiarse en brazos de la compatriota...

- Ramón, compatriota, dime de dónde tú eres.

- De Zaragoza.

- Y dónde esta eso, compatriota.

- Entre Madrid y Barcelona.

- Pues yo fui en guagua de Madrid a Barcelona y no vi esa ciudad.

- Quizás ibas dormido, compatriota - interviene Flor.

- No, imposible. En esa guagua era imposible dormir, había demasiadas curvas.

- ¡Pero si la carretera es casi recta! - le corrijo.

- Escúchame compatriota: eran todo curvas, y no pude dormir y no vi Zaragoza, compatriota. ¿es un pueblo chiquito?

- Bueno, unos 700 000 habitantes.

- Pues no debía de estar allí cuando yo pasé, compatriota. Yo sólo vi curvas entre Madrid y Barcelona.

Flor ve que yo tengo la intención de seguir rebatiéndole sus argumentos y me tapa la boca. El compatriota parece satisfecho de haberme convencido de que Zaragoza no existe y se va a supervisar la barbacoa. Poco después viene la compatriota y me explica que el compatriota se confunde con la visita que hicieron al Escorial, y que entre Madrid y Barcelona fueron en avion.

Flor propone ir a una poza a bañarnos antes de comer y Miguel, la compatriota, el compatriotín y yo aceptamos y nos subimos a la jipeta. Una jipeta -a leer llipeta- es el nombre que utilizan aquí para los 4x4, imagino sin mucho esfuerzo que por extensión de los primeros jeeps que llegaron a RD.

De camino hacia la poza atravesamos el primer lugar de RD en el que veo miseria. Es lo que llaman aquí un "paraje", básicamente un conjunto de destartalados cobertizos de madera alrededor de un camino de tierra. Hay niños desnudos jugando por los lados de las casas, chicos jovenes en motocicletas haciendo carreras, viejas sentadas en sillas en improvisados porches, gallinas picoteando entre las hierbas, ... y nosotros pasando por el paraje con una jipeta que cuesta más dinero del que esta gente tendrá en toda su vida. La pobreza más absoluta en el patio trasero -nos ha costado venir 2 minutos desde la finca- de las fincas donde los ricos de Santo Domingo pasan los fines de semana. La gran diferencia respecto a las zonas deprimidas de nuestras grandes ciudades es que allí nadie se atrevería a entrar en un Mercedes y aquí ni siquiera nos miran mal.

Esta es la miseria que en otros países te encuentras a la vuelta de cada esquina. Para verla en RD hay que salirse de las vias principales y aunque en los barrios normales de Santo Domingo se ve pobreza, suciedad y falta de matenimiento no se respira este aire opresor que tienen los
sitios donde la gente subsiste en lugar de vivir. Por lo poco que yo he podido observar, este país saldrá adelante y cada vez habrá menos gente en estas condiciones. Las instituciones son un desastre, la corrupción política campa a sus anchas y mucha gente vive con el agua al cuello,
pero se ve iniciativa para cambiar las cosas, la gente tiene un interes político en el que invierten mucha energía y el respeto entre personas es muy superior a lo que yo esperaba. De la misma forma que estoy "decepcionado" con la falta de afabilidad de la gente que me voy encontrando (no así con la que voy conociendo) estoy gratamente sorprendido viendo que nadie echa a patadas a los niños limpiabotas o trata despectivamente a sus sirvientes.

La poza no es tan idilica como yo la habia imaginado a partir de la descripción de Flor, pero un baño nunca sienta mal. Hay niños del paraje haciendo competición de salto desde una roca y su mérito no está en las volteretas que dan sino en no romperse la cabeza: esta poza no cubre más
de un metro.

Volvemos atravesando de nuevo el paraje y ahora me fijo en que hay numerosos niños y niñas vestidos de volantes, lazos y vestidos vaporosos. Flor dice que los domingos todos se ponen sus mejores galas porque es el día especial, el día de enseñar a los demás lo bien que nos va. Aunque muchas de estas familias viven en una sola habitación bajo un techo de uralita siempre tendrán un dinero guardado para los domingos poder salir a pasear con elegancia. Por lo que he oído en reuniones familiares, antes en los pueblos españoles era igual para ir misa... ahora creo que es lo contrario, tendemos más a ponernos el chandal y hacer una parrillada.

Volvemos a casa, donde el compatriota nos espera tumbado en la hamaca con un bañador, camisa, gafas ahumadas y una cerveza en la mano. Me ofrece un vaso de ron y declino la oferta dándole a entender que yo voy bien servido para un rato.

- Ramón, compatriota, acercate a mí. Escuchame compatriota -me dice muy serio- el hígado necesita lubricar y si no le pones aceite se estropea.

Me libro de la lubricación gracias a la llamada "a comer" que la compatriota nos lanza desde la barbacoa. Vamos llenándonos los platos de comida hasta no poder más, lo que acompañado de una cerveza que sí acepto y el güisqui que no acepto pero de alguna forma aparece en mi mano, me traslada a un estado de somnolencia total. Estoy tumbado junto al compatriota -hemos hecho buenas migas- pero él debe de estar peor que yo porque tiene los ojos cerrados y respira lentamente.

Para evitar dormirme -una siesta para mí es equivalente a decir adios al día- me levanto e intento que alguien me haga caso. Jonny me dice que ponga a Sabina mientras se emociona contándome el concierto que vino a dar a Santo Domingo hace poco. Fernando me explica en su acento estadounidensindiominicano que ha pasado toda su vida saltando de país en país -sus padres deben de ser diplomáticos- e Isabel sonríe mucho y dice alguna tonteria sobre lo feo que es Francia porque le robaron su maleta entre Niza y Montecarlo.

Me deslizo hacia Flor y Miguel que charlan bajo un arbol, pero por el camino una mano surge de la nada y me agarra del brazo.

- Compatriota, ¡qué cantidad de barrancos que hay en Barcelona!

- Bueno -balbuceo- quizás... yo no los he visto nunca pero si usted lo dice...

Consigo llegar hasta Flor y Miguel, y les hago la pregunta que tengo en la cabeza desde que hemos entrado por la verja de entrada de la finca:

- Decidme... ¿quién es el compatriota?

Flor y Miguel se miran, sonríen y entre los dos me van explicando que ahora está jubilado, pero que fue una persona muy importante en su pueblo. Empezó con una ferretería y luego montó un negocio de compra-venta de material de construcción con el que ganó mucho dinero. Por lo poco que ellos saben sobre esa época de la vida del compatriota creen que fue una persona generosa y que ayudó a mejorar la vida de la gente de su región. Ahora sigue haciendo algunas operaciones al por mayor y todavía va a diario a la ferretería, más como hobbie que como trabajo.

La tarde va discurriendo lentamente, entre conversaciones, sentencias firmes del compatriota que nadie le discute, risas y lloros alternados de Jean-Marcos, preguntas hispanofilosóficas de Jonny -"Ramon, ¿tú conoces lugares de fiesta en Madrid, verdad?-, Miguel que bromea sobre mi experiencia con sus amigos, Flor haciendo encuestas de opinión sobre que música deseamos escuchar, Isabel que me comenta lo sucia que le pareció España y Fernando que intenta sacar a bailar merengue a todas las chicas.

Cuando ya todos parecemos dispuestos a volver a casa, el compatriota tiene la brillante idea de invitarnos a cenar una guinea guisada. Rapidamente se encuentra el quorum y mandan a Adan al corral para elegir nuestra cena y desplumarla. Por un momento estoy tentado por acompañarle pero luego me doy cuenta de que si le veo matar la guinea y desplumarla, luego me será imposible comérmela. Es el problema de ser un hombre urbano, aunque sea de un pueblo inexistente y chiquito como Zaragoza.

La compatriota, Flor y yo vamos al colmado del paraje a buscar los ingredientes del guiso. Ahora que está oscuro se ve más agradable que por el día: algunos hombres juegan al dominó bajo una linterna, parejas de jovenes bailan sobre la calle al ritmo de un merengue, los niños juegan alrededor de nosotros, ... el ambiente es mucho más alegre de lo que uno imaginaría viendo las condiciones en las que vive esta gente.

El colmado de este paraje es la habitación de los secretos y cada ingrediente que mencionamos aparece en un baúl del suelo, de un cajón del armario, de una estantería cubierta por una tela o colgado de una cuerda del techo. Todo está muy mugriento pero rescatamos en buen estado unos tomates, sal, especias y unas hierbas que no reconozco.

Volvemos a la finca y después de pasar por cerca del compatriota -"Ramón, compatriota... los españoles sí que tuvisteis suerte: llegó el Euro y de la noche a la mañana teníais mucho más dinero. El Euro es una buena moneda, y no esa peseta llena de ceros que no valían nada"- aparezco en la cocina. Intento ayudar a la compatriota y a Flor con mis escasos conocimientos de cocina dominicana, primero pelando -destrozando- la yuca y después lavando la guinea ya troceada por Adan. La receta es simple: se limpian y se pelan todos los ingredientes, se meten en el puchero y se deja hervir todo junto durante una hora.

Cuando la compatriota echa las hierbas que hemos comprado en el colmado le pregunto que son, de lo que me arrepiento inmediatamente porque es una de las cosas que más odio en el mundo: cilantro. Ruego al Dios de la gastronomía para que se le caiga fuera y no en el guiso, y luego cierro los ojos para no contemplar el desaguisado -y nunca mejor dicho- que la compatriota va a cometer (hoy estoy de lo mas ocurrente, ¡hasta juegos de palabras! no me reconozco...).

Vuelvo a la terraza, donde el compatriota tiene a todos muy pendientes de sus palabras...

- Ven aquí compatriota Ramon, acércate a nosotros. Les contaba a los compatriotas que yo tuve galleras porque vi que eran un negocio muy bueno, no porque me gustaran las peleas de gallos. Y como tú sabes, compatriota, los mejores gallos del mundo son los españoles.

- Claro -afirmo con la cabeza- los famosos gallos españoles.

No sé si es verdad o no, pero si algo he entendido hoy es que al compatriota no le puedes llevar la contraria sin pasar luego una hora dando explicaciones.

- Miren compatriotas, las galleras son muy buen negocio si uno no se involucra demasiado. Un buen amigo mío entregó su vida a las apuestas de gallos y al final lo mataron. Un día le encontraron desprevenido y le pegaron un tiro. A mí nunca me pasó aquello porque siempre supe diferenciar entre negocio y apuestas. Hay muchos millones de pesos en las peleas de gallos... yo lo sé bien, compatriotas.

Mientras nos habla se le ve rememorando otros tiempos. Yo no consigo imaginarme la vida de este hombre, ni los negocios en los que ha estado metido. Quisiera creer que dentro del salvaje mundo de los negocios dominicanos ha sabido mantenerse limpio, y escucharle ayuda a creerlo
así porque tiene algunos principios morales muy claros y parece seguirlos como una guía de vida adaptable pero exigente.

Comienzan a servir la guinea y cuando pruebo la yuca empapada en la salsa del guiso creo morirme del gusto. Ligada con algun alcohol que han echado sin que yo lo viera -eso de rechazar un vaso de ron nunca me lo perdonaran- y pequeños trozos de tomate mezclado con el jugo de la guinea, esta salsa -y esta yuca- son el mayor pecado que mis papilas gustativas han cometido en mucho tiempo. Ni siquiera siento el cilantro, y esto que me estoy comiendo está tan absolutamente magnífico que mi mente urbana se retrae y mi lado campesino me incita a bajar al corral y degollar cualquier bicho que encuentre allí para poder seguir degustando un guiso tan exquisito como éste.

Repito hasta que el puchero esta vacío, y no pido un tupperware con salsa porque veo que Flor ya lo ha pensado antes y no quiero hacerle la competencia. Quizá luego podamos negociar quién se la queda...

Paladeo con placer los últimos instantes de la noche... el compatriota sigue explicándonos su vida pero creo que ya nadie presta atención porque seguimos envueltos en sabores grabados en fuego en nuestras mentes. Es noche cerrada, el ambiente un poco humedo, el ruido de la cascada artificial se mezcla con la voz del compatriota, los espíritus están relajados, las caras comienzan a mostrar signos de fatiga... ha llegado el momento de volver a casa.

El momento se convierte en "periodo de tiempo" cuando Fernando nos dice muy preocupado que su jipeta no se prende (y no es un error de extranjero, aquí "prenden" los aparatos y las máquinas, igual que los petardos). Rápidamente se forma un comité de expertos mecánicos que
intentan encontrar el hueco donde hay que meter un cable que han encontrado suelto en el motor. Fernando y Miguel se van metiendo bajo el coche para investigar y el motor sigue sin reaccionar. Cuando ya no tengo esperanzas de poder volver a casa en un tiempo razonable -el comité de expertos sigue reunido, y mi conductor está entre ellos- aparece el compatriota e intenta meter el cable suelto en el deposito del limpiaparabrisas, sin lograr con tal acto agilizar la reparación.

Mientras Jonny me dice que él sabría arreglarlo pero que no tiene ganas, se pone a llover de una forma torrencial; el compatriota sale de debajo del coche y grita:

- compatriotas, vamos a dormir que es muy tarde. Yo llevo a Fernando e Isabel a su casa y mañana mandamos un mecánico a buscar la jipeta.

Y así, cada uno entra en su vehiculo y podemos poner rumbo a ese mueble tan apreciado cuando uno está cansado: la cama. Casi sin tiempo para quitarme las gafas me dejo caer sobre el colchón y murmuro sin acabar la frase...

Buenas Noches, Compatriotas

sábado, febrero 03, 2007

Archivo: Desde Zaragoza hasta Lausana (21.10.1997)

Y el gran día llegó. El momento esperado por toda mi familia (para que me fuera de casa de una vez) desde aquel día en el que me dijeron que me habían concedido un Erasmus en Losan, Suiza. La confirmación de que por un año (y los que pudieran seguir) iba a vivir en un país diferente, usando un lenguaje llamado Francés y relacionándome con unos seres llamados Suizos.

Salí de Zaragoza el martes sobre las cinco y media de la tarde y a las diez y media llegué a Tulus (escribo los nombres franceses tal y como suenan para los que no tienen la suerte de hablar el Francés con mi fluidez y verbigracia.). Cené en casa de Luis, hablamos un rato y luego puso una sabana en un colchón para que me fuera a dormir. Eso de la sabana limpia sobre el colchón me pareció una cosa un poco rara viniendo de Luis, pero como sabe que yo soy un poco delicado y para comer el postre uso un cuchillo diferente al de la carne y además los domingos me pongo el pijama a las 6 de la tarde, creo que decidió hacer ese gesto de buena voluntad.

A las ocho y media del Miércoles ya estaba otra vez de viaje. Después de 7 horas, incluyendo las paradas reglamentarias cada dos horas (mas que nada para dejar descansar al AX), llegaba a Losan. El viaje transcurrió sin mayores problemas, aunque nada más atravesar la frontera Franco-Suiza, esta última me recibió con una agradable lluvia. En la frontera iban dejando entrar a todo el mundo, incluso metiéndoles prisa para no crear atasco, pero al llegar a mí me hicieron apartarme a un lado, a la zona de “revisar a fondo al sujeto”. ¡Ya está! pensé, me van a hacer sacar todo del coche y tendré que dar explicaciones sobre los 5 kilos de jamón, las latas de berberechos, la bolsa con acelgas y las diez latas de Fabada “Litoral”.

Pero ante mi sorpresa, únicamente me preguntaron que venía a hacer a Suiza, a lo que respondí que “estudier”, lo que pareció confirmarles que necesitaba unas clases de Francés. Luego me hicieron comprar la pegatina para las autopistas suizas y me dejaron marchar tranquilamente.

Llegué sobre las tres y media al centro de la ciudad, y en media hora "ya" había encontrado la recepción de mi residencia (que curiosamente no está en mi residencia, sino en otra residencia.... luego pude confirmar que la recepción de la otra residencia NO está en mi residencia). Después de pagar el depósito, intentar comunicarme con la recepcionista por signos, indignarme porque me estaban cobrando de más cuando en verdad el que estaba equivocado era yo, y varias hazañas más del tipo explicarle a una señora que pensaba irme a un apartamento después de Christmas (que lógicamente en francés se dice Noel, como Papa-Noel) conseguí las llaves de mi habitación, la número 32.

Otra vez en el coche y otra media hora dando vueltas por la ciudad, a pesar de que había creído comprender en la recepción que la otra residencia estaba a 200 metros de allí. Finalmente conseguí llegar a la “Rue du Valentin”, y muy contento entré en el edificio numero 27. La entrada era un poco rara, y había un mostrador con señorita y ordenador. Ésta (la señorita) me miró durante un segundo y luego volvió a bajar la cabeza hacia la revista que estaba leyendo, como si no me hubiera visto. Yo iba con mi mochila a la espalda, y dos o tres bolsas en las manos, y como nadie me decía nada subí unas escaleras de caracol en busca de la habitación número 32. Después de asomarme a un par de cuartos que también tenían ordenadores y señoritas trabajando, un hombre salió de otra habitación y me preguntó sobre la razón de mi visita. Tras varias arrancadas de tipo "Est-ce que je..." recurrí a la frase mas socorrida "Do you speak English?", idioma en el que el encargado de la agencia de publicidad me explicó que allí no tenían “habitación número 32”, y que probara suerte en la residencia de estudiantes situada en la parte posterior del edificio.
Ya sin más problemas llegué a mi habitación: es bastante grande, tiene una mesa con cajones, dos sillas, una mesita, la cama y un armario empotrado. Eso que decía el folleto de que tenía lavabo y televisión para cada estudiante debía de ser una broma, porque hay una televisión para los treinta y tres que estamos, y además, en estos momentos “la están arreglando”. Metí toda la ropa en el armario y salvo que tuve que poner los calzoncillos y los calcetines en la mesa-escritorio todo ha quedado bien. Lo de la comida es otra cosa, todavía la tengo distribuida en cajas, y allí seguirá, porque en el cajón de la cocina a duras penas me cabe el desayuno.

El coche tuve que aparcarlo en el aparcamiento del estadio olímpico, a unos 10 minutos de la residencia, porque todos los demás sitios de aparcar están regulados. Digo regulados porque aunque no son de pago hace falta un disco en el que pones a que hora has llegado para que no excedas el tiempo máximo. Estos suizos...

Por la noche bajé a la cocina, con la intención de presentarme a mis nuevos compañeros, pero salvo unos de Barcelona a los que me auto-presenté, los demás habitantes de la residencia no mostraron el menor interés por hablar conmigo. Claro, que esto lo entiendo, teniendo en cuenta que mi francés no da más que para preguntar la nacionalidad y luego simplemente sonrío para darles a entender que soy una persona simpática.

Los de Barcelona parecen majos. Además de invitarme a cenar con ellos me explicaron como funciona la vida aquí, desde donde abrir la cuenta bancaria hasta como conseguir el permiso de residencia. Hay cuatro: una chica trabaja en el COI como secretaria de Samaranch, otro hace una tesis en Informática, otro su proyecto fin de carrera, y una chica hace exactamente lo mismo que yo (quiero decir Erasmus en Ingeniería informática, no que sea mi alma gemela.).

Hoy me he levantado pronto, con la intención de dejar solucionado el tema del permiso de residencia, abrir una cuenta bancaria y hacer el papeleo de la universidad. El asunto prioritario era el permiso de residencia, así que hacia allí me he dirigido. En la sala de espera eran todos africanos, árabes, indios y españoles, no sé si porque el resto de Europeos vienen más tarde (lo que me extrañaría) o porque no necesitan el mismo permiso que nosotros. Todos los que estaban esperando han ido entrando por una puerta, y pocos segundos después salían.

¡Que rápidos son en este país con el papeleo!- he pensado.

Gran error de deducción, no es rapidez en hacerte los papeles, sino en decirte que vuelvas otro día. Al llegar mi turno he entrado por la puerta mágica y me he encontrado en un espacio de metro y medio por metro y medio, frente a una ventanilla tras la cual había una señora con cara de pocos amigos. Yo pensaba que llevaba todo perfectamente preparado para que me dieran el permiso en el momento pero la amable señorita, primero en francés y luego en inglés al ver mi amplio vocabulario, me ha hecho volver a la realidad:

1 - Tengo que rellenar un papel de cambio de domicilio
2 - Mi compañía de seguros tiene que rellenar un papel diciendo que me cubre igual que las compañías suizas.
3 - Mi universidad tiene que rellenar otro papel diciendo que estoy estudiando en Zaragoza.
4 - La carta de admisión de la EPFL (el politécnico de Lausanne) no sirve para atestiguar que voy a estudiar aquí.
5 - La carta de mi padre diciendo que se responsabiliza económicamente de mí le ha hecho mucha gracia. Quiere que lo diga el banco.

Lleno de ánimo por mi primera gestión y con la moral bien alta he ido en busca de un banco donde abrir la cuenta. Uno de los chicos de Barcelona, Marc, me había dicho que lo mejor era hacerlo en un sitio llamado “La Poste”, que debe de ser algo así como correos. Como no me apetecía mucho preguntar por la calle por un sitio llamado “La Poste” he empezado a andar por la ciudad esperando encontrarla por mis propios medios.

Después de más de dos horas caminando sin ver nada similar a correos he recapacitado y rectificado, y en una oficina de turismo me han explicado en perfecto castellano cómo llegar a “La Poste”. Siguiendo las indicaciones de la amable señora he cogido un tren de cremallera sin pagar. Lo de no pagar no ha sido siguiendo ninguna indicación sino por ignorancia: resulta que aquí se pica el billete antes de subir, y no dentro del vagón como suele ser normal.

He encontrado un edificio en el que ponía " Poste " y allí he entrado. Primero un guardia de seguridad y luego una señora en una ventanilla (los dos en francés, mis primeras "conversaciones ") me han explicado que si quería enviar una carta o comprar sellos ese era el sitio adecuado, pero que para abrir una cuenta bancaria mejor fuera a un banco. ¡Me imagino que Marc todavía estará riendo pensando en la cara que pondrían en correos cuando dijera que quería abrir una cuenta bancaria!

Nota posterior: Pues tenía razón el catalán, ayer estuve en otra oficina de la Poste donde si abrían cuentas bancarias. Ahora ya no estoy seguro de que me entendieran en la primera oficina en la que entré.

Todavía con más moral que después de lo del permiso de residencia, he salido a la calle para intentar abrir la cuenta en un banco de verdad. Allí, después de esperar una buena cola, un señor muy amable me ha explicado que sin la tarjeta de estudiante no podía abrir una cuenta, que ninguno de los papeles que tenía le demostraba que fuera a quedarme en Suiza durante un año.

Y otra vez me he encontrado en la calle... estaba dudando entre ponerme a llorar allí mismo o volverme a Zaragoza, pero me he dicho a mi mismo: es el primer día y ya te desanimas. Afronta las adversidades. Así que he cogido el metro hacia la universidad, donde esperaba conseguir la maravillosa tarjeta de estudiante que me iba a abrir las puertas de todos los demás organismos suizos.

A pesar de llevar un mapa con todas las paradas de metro indicadas, saber el nombre de la parada donde tenía que bajar, y que en cada estación ponía el nombre en grande, lo he conseguido: ¡me he pasado de parada! Un niño de unos once años que ha visto como me levantaba justo cuando cerraban las puertas de mi parada me ha tomado a su cargo, me ha hecho bajar en la siguiente parada y me ha dicho que cogiera el sentido contrario sin volver a pagar. Sólo le ha faltado cogerme de la mano y acariciarme el pelo.

En la universidad todo ha salido bien: me han dado la tarjeta de estudiante, un papel que dice hasta cuando voy a estar estudiando, he abierto una cuenta en la sucursal universitaria de la SBS (Societé de Banques Suisses), y he dado un paseo por la zona de informática.

Lo único que ha sido bastante gracioso (para todo el mundo menos para mí) ha sido lo siguiente:

En el CPS (el politécnico de Zaragoza), el primer día de curso, ponen carteles sobre como ir al baño, carteles que te dirigen hacia departamentos, conserjería, y demás puntos neurálgicos del campus, para que los novatos se pierdan siguiendo los carteles y reírse un rato de ellos. Dudo que en Zaragoza haya picado alguna vez alguien, pero lo que os puedo asegurar es que en la EPFL al menos hay un pardillo que ha estado media hora siguiendo carteles. Yo, con tanta vuelta por la universidad me había desorientado, así que cuando he visto un cartel que ponía "Swiss Metro" lo he seguido con la intención de ir a la parada de metro y volver a mi residencia en tan maravilloso medio de transporte. Después de numerosos carteles, tantos que he empezado a mosquearme, me he encontrado mirando a dos carteles pegados a una pared que se apuntaban el uno al otro. “Swiss Metro → ← Swiss Metro”

Espero que nadie lo haya grabado en video, porque sino seguro que triunfa en todos los programas de televisión del mundo, la cara que se me ha quedado, y como he desandado el camino con la cabeza agachada siguiendo en sentido inverso los carteles.

Nota 10 años después: Swiss Metro es un proyecto de investigación sobre la conexión subterranea por metro de las capitales suizas. Lo que yo me quedé mirando era la puerta de entrada al laboratorio de investigación. No era una broma, por tanto, pero yo seguí esos carteles durante 10 minutos, atravesando departamentos y oficinas sin pararme a pensar que ese no era un camino lógico para ir al metro

La ciudad es preciosa: hay muchas calles peatonales (todas en cuesta), casas de madera, el lago, los jardines,... Lo único que no me gusta es que si ahora hace frío y llueve no quiero ni pensar en cómo será el invierno. Hay más trafico de lo que yo esperaba, y los semáforos de peatones duran muy poco. Encima, parece que cruzar en rojo sea pecado y los suizos esperan hasta que se pone verde, aunque se vea claramente que no viene nadie.

Bueno, a ver cómo me las arreglo mañana. Hoy las cosas se han arreglado al final, pero a mitad de día parecía que nunca iba a lograr hacer nada. Una cosa positiva en el dia de hoy (aparte de mi espíritu aventurero y mi capacidad de sobreponerme a las adversidades) ha sido que me he defendido en francés mucho mejor de lo que esperaba, he sido capaz de hacer frases y de comprar y eso me da ánimos para intentar no volver a decir: “Do you speak English?”

jueves, enero 25, 2007

Archivo: Viaje a la India - Jodhpur

Nota: Si estáis planeando un viaje a Nueva York, os recomiendo que visitéis la guía de Nueva York que he escrito recientemente para BuscoUnViaje.com.

Día 23 de Junio de 2000

Al poco rato de salir del hotel ya me he arrepentido de haber comprado un billete de tren hacia Jaisalmer para esta misma noche. Jodhpur es precioso, la gente amabilísima, los niños nos siguen sin pedir dinero y la brisa que corre entre las calles hace más soportable el calor. Jodhpur me hace sentir muy bien...

Pronto descubrimos por qué la llaman la ciudad azul. Muchas de las casas tienen los muros de color azul marino y el reflejo del sol te sumerge dentro de un mundo azul. Me gusta mucho más que el color rosa de Jaipur y decido que si algún día construyo una ciudad (cosa que hasta ahora no estaba en mis planes, pero quién sabe...) ésta será azul.



Vamos andando desde el hotel hacia el fuerte, guiándonos por pura orientación- la de Oliver, por supuesto-. El color azul nos sigue durante todo el camino, y únicamente se ve interrumpido cuando alguna tienda de fruta o de sharis logra imponer sus brillantes amarillos y naranjas. Mientras paso al lado de un vendedor que sonríe mucho me doy cuenta de una cosa: ¡nadie nos agobia para que le compremos algo! Es el primer sitio de la India donde puedo pasear por las calles sin decir “no” continuamente; esta ciudad cada vez me gusta más.

Todos los niños con los que nos cruzamos nos dicen Hello! y luego nos dan la mano, y mucha gente ya mayor nos pregunta de qué país somos y cuando respondo asiente con gesto de saber exactamente donde está España, su renta per cápita y la alineación de la selección nacional- que me acabo de enterar ha pasado de ronda en la eurocopa-. A pesar del importante peso mundial que tiene España, a los indios les suena más Alemania y Oliver recibe la mayor parte de atención cuando decimos nuestras nacionalidades. Incluso encontramos a un señor que nos habla de Helmut Kohl, y que parece muy enterado de la situación política mundial.

Subimos por una rampa de piedra al fuerte, desde el que se divisa el gran mosaico azul y blanco que forman los tejados de Jodhpur. Como el museo del fuerte está cerrado a mediodía decidimos bajar otra vez a la ciudad y volver a subir por la tarde. Nada más entrar al mercado de la torre del reloj un chaval indio se acerca y nos habla en muy buen inglés. Como siempre, procuro mantener las distancias con la gente que se acerca espontáneamente, pero hay un detalle que me hace confiar más de lo habitual en este chico: nos pregunta que queremos hacer sin proponernos ir a ningún sitio en concreto.

Oliver se queda hablando con él, mientras yo miro los tenderetes. Creo que en esta plaza se puede encontrar de todo, incluso cosas que no existían anteriormente en mi imaginación. Lo que más me impresiona es ver al dentista de la plaza, que está sentado en el suelo con sus instrumentos colocados sobre un trapo en el suelo, y con otro trapo cerca en el que se amontonan dentaduras y dientes postizos. No sé si este hombre está formado para arreglar caries o únicamente se dedica a sacar dientes, pero sólo de pensar en esos alicates oxidados dentro de mi boca me estremezco. También hay un hombre al que veo fabricar un candado- con su llave- en diez minutos, a base de unir trozos de metal. Eso sí que es seguridad personalizada, seguro que esa llave es única en el mundo. Y como suele ser habitual en los lugares públicos indios, la plaza también está llena de gente que vende mangos, muñecas, pelotas de plástico, snacks indios, mochilas, saris, sandalias, zumos,... Es como El Corte Inglés pero al aire libre, sin olvidar la ventaja añadida de que tiene dentista...



Nuestro nuevo amigo, Pinto, ya convertido en guía oficial, nos propone ir a ver los diferentes bazares. Primero nos lleva a la sección de grano, donde un puesto tras otro venden lo mismo: trigo y maíz. Los vendedores están todos sentados en el suelo frente al montón del cereal en cuestión, y aunque yo no alcanzo a saber porque elegir uno u otro, imagino que los clientes que vengan irán comparando las diferentes calidades y precios. Luego vamos a la calle de los turbantes y le pregunto a Pinto cuál es el precio local de uno. Me dice que unas 200 rupias (800 pesetas) y al probarme uno azul veo que me sienta como un autentico maharajá, por lo que previendo largos días bajo el sol del desierto me compro uno. Son ocho metros de tela y aunque me han enseñado cómo ponérmelo no sé si seré capaz de hacerlo yo solo. Cuando Oliver me ve con mi turbante se muere de envidia, y se compra uno negro para él. Los de la tienda también le dicen que parece un maharajá- y él parece creérselo- pero yo sé que en su caso no es verdad: tiene exactamente la imagen de un alemán con un turbante negro. Se nota que, al contrario que yo, no corre sangre de habitante del desierto por sus venas; alguna ventaja tenía que tener haber vivido cerca de los Monegros.

Y por fin llegamos al mercado de especias. En cualquier mercado de cualquier ciudad del mundo de las que he estado, el de especias siempre es mi favorito. Me encantan los colores, los sacos con sus timbres, las básculas, los vendedores con las piernas cruzadas, el olor... Pinto nos dice que nos va a llevar a la mejor tienda del mundo y para mi sorpresa entra en un sitio sobre el que yo ya había leído en la guía: Mohanlal Verhomal. Su tienda es la única que tiene las especias empaquetadas y no a granel, y en la entrada nos recibe con una amplia sonrisa un hombre con el pelo y mostacho teñidos de negro.

Lo primero que hace, antes de que podamos decir que es lo que queremos, es enseñarnos tres emails que ha recibido hoy pidiéndole especias, y luego nos enseña sus dossieres "España" y "Alemania", llenos de cartas, fotos y postales de españoles y alemanes que le agradecen sus servicios. Nos invita a sentarnos, nos sirve un masala tea y nos da una hoja con el "menú" de especias disponible. Luego va dándonos a oler sus especias favoritas y nos da a probar su "polvo para el cerebro", que refresca y vigoriza la mente. También intenta que tomemos un poco de su "polvo de invierno", que da vigor sexual, y no desiste hasta que le explico que no tengo novia.

¿No tienes novia? – responde sorprendido...

Todos los indios se extrañan muchísimo cuando les digo que ni estoy casado ni tengo novia, y se empeñan en darme consejos para conseguir una. Que si un coche deportivo, que si hablarles de cine, que si flores... No pueden entender- y yo con ellos, por supuesto- que un chico apuesto, inteligente y aventurero como yo no tenga a la mitad de las mujeres del mundo persiguiéndole.

Mohanlal se enrolla como las persianas y hasta que consigo hacer un pedido pasa una hora. Quiere que huela todo, que pruebe todo, que vea su ordenador, que me beba su chai... Cuando finalmente consigo decirle que es lo que quiero escribe todo en una lista, anotando la especia, el numero de granos y la calidad de cada cosa que quiero comprar. Luego me hace pasar a su ordenador, donde muy orgulloso de sus conocimientos crea una nueva ficha en el Outlook Express. Y delante de mí, con delirante estilo, escribe un e-mail a mi madre y a mi padre explicándoles que he comprado especias y que he pagado todo al contado. Para los que sepan inglés aquí va esta joya de e-mail:

Dear Muma, I am a spiceman from Jodhpur and I am like your son. Your son gave me order for spices to send you and he paid mi all in advance. When you will get he parcel please inform me so I will get relax. Thakyou in advance,

No sé lo que pensaran mis padres cuando reciban este email, pero seguro que se imaginan algo raro; no todos los días se recibe un mail de un spiceman de Jodhpur diciendo “I am like your son”, que todavía no sé si significa que le gusto o que somos parecidos. En cualquier caso, ninguna de las dos opciones me convence...

Luego vuelve a abrir mi ficha informática y hace una descripción detallada de mi persona, tecla a tecla, para no olvidarse de mí. No consigo leer todo lo que pone, pero alcanzo a ver que soy un chico joven español sin novia que le ha comprado especias.

Después de prometerle a Pinto que volveremos a buscarle a la tienda para ir a comer juntos, Oliver y yo subimos de nuevo al fuerte, y esta vez sí que visitamos el museo. Sus salas están llenas de espadas, palanquines y cunas de bebe, pero lo que más me gusta es que de vez en cuando nos encontramos con músicos enturbantados que al vernos empiezan a tocar y cuando salimos de su vista paran otra vez; son como esos muñecos que hablan cuando te acercas a ellos y se callan al alejarte. Juego a aparecer y desaparecer detrás de una esquina, pero ellos no lo encuentran muy gracioso y paran de tocar. A lo mejor se les han acabado las pilas...



Al bajar del fuerte me quedo mirando a unos chicos que juegan a críquet, intentando adivinar las reglas de tan extraño deporte. Uno de los niños me pregunta si quiero jugar, y dándome la pelota me dice que tire yo contra el bateador. Al verme coger la pelota, un hombre de unos cuarenta años se levanta de su silla-puesto-de-observación y echando al niño que sujeta el bate se prepara para recibir mi lanzamiento. Yo no tengo ni idea de cuál es mi objetivo, ni siquiera sé si voy con el del bate o contra él. Lanzo la bola y todos gritan de admiración cuando el hombre falla en su intento de golpearla. Aparentemente, si el otro no consigue tocar la bola y ésta da en una madera que hay detrás del bateador, eso es muy positivo para tu equipo. El hombre se ha enfadado con mi gran lanzamiento y me exige que lance otra vez. Uno de los chavales de los que se han acercado para ver como jugamos me dice que tire contra las piernas, y haciéndole caso le pego un gran bolazo a la pierna derecha del bateador, que una vez más intentar golpear mi lanzamiento sin éxito. El público hierve de excitación y el hombre se enfada cada vez más...

Juego durante más de una hora y cuando acabo entiendo tan poco de este extraño juego como al principio. A veces bateo y a veces lanzo la bola, y lo único que sé es que al batear hay que intentar tirar rasa a los lados y que al lanzar la bola con la mano hay que procurar que el otro no la toque y tocar una madera que hay detrás de él. A veces después de batear se corre, y otras no, y cuando yo bateo el hombre intenta cortar mis carreras lanzando la bola muy fuerte contra una piedra que está en el centro del campo.

Les pido acabar el juego porque me tengo que ir y no me queda muy claro si he ganado o he perdido. Me preguntan cuántas carreras he hecho y cuando les digo que no lo sé me miran muy sorprendidos: ¿No sabes cuántas carreras has hecho? ¿No las has contado? Si supieran que ni siquiera sé cuándo se hace una carrera se quedarían más atónitos aún.

Un chaval espigado que lleva mirándonos jugar desde el principio sentencia que he ganado yo y el público ruge enfebrecido. Muchos de los espectadores se acercan a felicitarme y no se creen que no me sepa las reglas. Por lo visto tengo muy buen estilo, aunque me dan a entender que soy un poco "sucio"; eso de tirar a las piernas es legal pero de jugadores agresivos. Y yo que me he pasado todo el rato intentando darle al hombre en las piernas...

Nos hacemos las fotos de rigor, intercambiamos direcciones, observan detenidamente mi álbum de fotos - no, esa es mi hermana, no tengo novia- y después de mucho pelear consigo irme hacia donde está Oliver, con el que me voy a buscar a Pinto. Los tres juntos vamos a un restaurante que nunca hubiéramos encontrado Oliver y yo por nuestra cuenta, en cuyo patio un hombre se afeita a sí mismo sentado en una silla, con un balde en las piernas. Oliver y yo pedimos thali (arroz con diferentes curris y chapati) y Pinto, por más que le insisto en que le invito a comer, sólo se pide una Fanta de naranja. El thali resulta ser excelente y repito cuatro veces. Hubiera seguido comiendo todo el día pero cada vez que me sirvo todo el mundo se ríe y prefiero no exagerar.

Repito afeitado y masaje (le estoy empezando a coger gusto a eso de que me afeiten) en un sitio especialmente recomendado por Pinto, y después volvemos a la tienda de nuestro ya íntimo amigo Mohanlal Verhomal. Cuando le enseño la dirección de mi contrincante de críquet, Mohanlal tuerce el gesto y me dice que ese hombre ha estado en la cárcel muchas veces por pelea de navajas, y que pertenece a la mafia local. Me aconseja encarecidamente que no me acerque a él. Y yo tirándole la bola de críquet contra las piernas con todas mis fuerzas... igual la gente gritaba por el peligro de que mi contrincante sacara la navaja y no por mi gran estilo de juego.

Mohanlal nos invita a la bebida más exquisita y refrescante que he probado en mucho tiempo: jugo de caña de azúcar. Es ligeramente dulce y está frío, riquísimo. Después se excusa, se tiene que ir a su curso de ordenadores de las ocho de la tarde, pero por favor – nos pide - quedaos aquí sentados.

− ¿Más té? ¿Queréis utilizar mi ordenador? ¿Un poco de polvo de invierno para remontar la moral y encontrar novia?

He comprado casi 1 kilo de especias y Mohanlal me asegura que llegarán a mi casa en menos de dos semanas. Y lo mejor es que me explica cómo encargar más especias desde cualquier sitio, vía Internet y pagando contra reembolso. Igual monto un negocio de "polvos de invierno" paralelo a mi nuevo trabajo en la costa azul...

Se ha hecho tarde y con gran pesar nos despedimos de todo el mundo. Insisten en que si volvemos a Jodhpur no dejemos de pasar a visitarles, y Pinto me aconseja otros sitios donde dormir la próxima vez. Recogemos las cosas del hotel y vamos a la estación, donde el tren, una vez más, sale exactamente a la hora prevista. Hoy, además de atar la mochila como el otro día, le pongo la cubierta antilluvia alrededor, pero algo me dice que el “ataque” del otro día no se va a repetir en este tren. Uttar Pradesh tiene fama de peligrosa y, definitivamente, Agra me pareció la ciudad perfecta para que me robaran. Todo lo contrario que Jodhpur: ciudad bonita, gente simpatiquísima, mercado interesantísimo; mi mejor día en la India sin lugar a dudas.

Y poco después de que el tren empiece su reposada marcha hacia Jaisalmer, cierro los ojos y duermo.