Nota: Si estáis planeando un viaje a Nueva York, os recomiendo que visitéis la guía de Nueva York que he escrito recientemente para BuscoUnViaje.com. También tenemos una guía de Estados Unidos y recientemente hemos escrito en el blog unos consejos para desayunar en Nueva York.
En los tiempos que corren, pobres en espiritualidad de la verdadera y ricos en teorías basadas en seres supraterrenales de poderes inimaginables que nos transmiten su doctrina a través de mensajeros poco fiables, cada vez menos gente va a misa. Pero eso es en Europa... En EE.UU. las iglesias se llenan los domingos, los políticos afirman creer en el único Dios porque de otro modo nadie les votaría y a muy pocos les extraña que el presidente invoque a Dios para justificar sus acciones. A fin de cuentas, incluso en los billetes pone 'God Bless America'... y si lo dice el dinero...
Sin embargo, todos los domingos las iglesias de Harlem reciben la visita de europeos deseosos de ver que es eso de una misa gospel. Uno puede imaginarse más o menos en que consiste ese tipo de misa por las películas, pero hasta que uno no lo vive en persona no puede llegar a entender la dimensión que este espectáculo - y digo bien, espectáculo - puede alcanzar.
A las diez y media de la mañana me recogen en mi casa Josep, Eric, Brigitte y Clara. Josep es el amigo que me encontró la habitación en casa de Philip -y por lo que le estoy muy agradecido, principalmente porque abrir la puerta de entrada es una aventura apasionante cada día- y Eric, Brigitte y Clara están en Nueva York por diversas razones: trabajo, vida y turismo. Han llegado un tanto tarde -habíamos quedado a las diez y cuarto- y yo estoy un poco tenso porque no quiero entrar en una misa ya comenzada, con lo que supone eso de ruptura del ritual. Corriendo un poco, vamos desde Manhattan Ave. & 116th St (mi casa) hasta Malcom X Ave. & 126th St (la iglesia a la que vamos). llegamos con las gotas de sudor cayendo por nuestras mejillas pero a justo a tiempo. En la puerta, un hombre con un traje blanco y sombrero del mismo color nos recibe con un apretón de manos y una sonrisa. Yo me alegro de haberme puesto mi única camisa...
Subimos las escaleras hasta el primer piso y entramos en la iglesia, que si no fuera por las cruces y el (especie de) altar-escenario se podría pensar que es una sala de conferencias. Nada más entrar me doy cuenta de que mis prisas no tenían ningún sentido: en la sala sólo hay cuatro o
cinco personas y en el escenario, aparte de dos 'padres' con túnicas negras, una señora que baila, un batería, el guitarrista y el pianista, no hay nadie más. La señora que parece encargada de organizar las cosas nos manda hacia las filas traseras, donde una chica con un traje azul ya se ha colocado frente a una esquina con los brazos abiertos en cruz y se tambalea al ritmo de lo que parecen ser sus rezos interiores. Somos y seremos los únicos blancos, pero en todo momento nos sonríen e incluso alguno se acerca hasta nosotros para darnos la bienvenida.
Durante las siguientes dos horas van entrando afroamericanos (así es como les gusta a ellos que les llames... aunque a mí la palabra me hace pensar en un DJ de pelo rizado en forma de bola) trajeados, cada cual más elegante que el anterior. Esta gente tiene dos ventajas sobre nosotros: no tienen sentido del ridículo y los trajes de colorines les quedan bien. Yo no consigo visualizar a mis abuelas vestidas de rosa, con enaguas, sombrero -rosa también- con flor y zapatos rosas, y sin embargo aquí hay varias señoras muy mayores que llevan combinaciones a cada cual más atrevida. Y tampoco imagino a mis abuelas levantándose en una misa y marcándose un break dance, pero aquí las que llaman la atención son las que no lo hacen. Al ritmo de los diferentes 'presentadores' que se van sucediendo en el escenario, la gente levanta los brazos y grita "Aleluya" o "Amen" (en cierto momento Brigitte se vuelve hacia mí y me pregunta: "¿por que dicen 'ey, man'? ¿A que se refiere? ¿nos esta diciendo 'eh, tíos'?" ), a otros les da el baile de San Vito y vibran girando y diciendo "oh, yeah, I feel God", algunos emprenden un diálogo en voz alta sobre las cuestiones que el cantante-pastor plantea, ...
Hacia mitad de la misa reparo atónito en que los rollos de papel que hay en cada hilera de bancos no son para sonarse los mocos (perdón) ni para secarse el sudor, sino para evitar que las lágrimas de emoción les goteen por la cara. Cuando la cantante-hermana alcanza el clímax, con el batería marcando cada una de sus palabras con un golpe de platillo - "oh, yeah! God loves you! And he is working for you... who is feeling God working for him? You? Yeah! Amen! I feel it! The lord is working for me! oh yeah, aleluya!"- numerosas personas se dirigen a los rollos de papel, cogen un trozo y se secan los ojos... Luego, vuelven a sus bancos y siguen llorando, en silencio o gritando, pero siempre con los brazos en alto y moviendo la cadera al ritmo del coro. Por cierto, ahora en el escenario hay unas cuarenta personas: la mayoría son voluntarios que se han ido uniendo al coro y cantan con un ritmo y unas voces que me hacen sentir torpe y blanquito. Y es que lo soy... sobre todo cuando la boca se me queda abierta de asombro al escuchar desde el escenario la frase del padre que lleva ahora la batuta, que simula hacer footing frente al micrófono y dice: "I feel like terminator". Lo que sigue no lo entiendo porque mis oídos están bloqueados por el impacto de que un cura se identifique con terminator...
Josep y Clara ya han decidido hace días que los negros son una raza superior -por sus cuerpos, por su alegría estruendosa, por sus voces, ...- y salen de la iglesia durante el intercambio entre dos 'presentadores'. Les llamo 'presentadores' porque si les llamara curas no captaríais su papel en este espectáculo: esto no es una misa de las que estamos acostumbrados (en las dos primeras horas no se ha producido ningún protocolo de los que las misas más tradicionales están llenas), es más bien un concierto en el que la temática es religiosa y la gente llora de emoción mística. Eric, Brigitte y yo nos quedamos un rato más, esperando que suba a la tribuna el cura 'serio', el titular de la iglesia. Pero incluso cuando éste sale a escena las cosas cambian bien poco: dice un par de mensajes simples - 'no hay que ser impacientes en la vida'- y luego se pone a cantar otra vez. Y en los cantos, el mensaje es todavía más concreto: "God loves you and he is working for you. Love is contagious". Desde luego, esta gente ha logrado darle un formato a la misa que les hace estar mucho más cerca de su espiritualidad. Incluso cuando pasa la cesta para las limosnas - en este caso, el padre recomienda que hoy demos siete dólares cada uno; el domingo siguiente serán diez dólares porque tienen que comprar comida para pentecostés- la gente se emociona y muchos escriben en un papel sus 'necessary changes' y los introducen en la cesta junto al dinero.
Ya tenemos suficiente y esto parece que va para largo. A las dos horas y media de haber comenzado 'la misa' nos vamos, sin haber asistido a un solo ritual prediseñado pero asombrados de como viven aquí la religión. Yo no me siento más cerca del paraíso ahora que antes, pero me lo he pasado casi tan bien como cuando voy a bailar minimal-house-electro a una discoteca. Sólo me falta perder el miedo al ridículo y ponerme a bailar con ellos, y ya no necesitaré salir por las noches; y encima esto es (casi) gratis.
En los tiempos que corren, pobres en espiritualidad de la verdadera y ricos en teorías basadas en seres supraterrenales de poderes inimaginables que nos transmiten su doctrina a través de mensajeros poco fiables, cada vez menos gente va a misa. Pero eso es en Europa... En EE.UU. las iglesias se llenan los domingos, los políticos afirman creer en el único Dios porque de otro modo nadie les votaría y a muy pocos les extraña que el presidente invoque a Dios para justificar sus acciones. A fin de cuentas, incluso en los billetes pone 'God Bless America'... y si lo dice el dinero...
Sin embargo, todos los domingos las iglesias de Harlem reciben la visita de europeos deseosos de ver que es eso de una misa gospel. Uno puede imaginarse más o menos en que consiste ese tipo de misa por las películas, pero hasta que uno no lo vive en persona no puede llegar a entender la dimensión que este espectáculo - y digo bien, espectáculo - puede alcanzar.
A las diez y media de la mañana me recogen en mi casa Josep, Eric, Brigitte y Clara. Josep es el amigo que me encontró la habitación en casa de Philip -y por lo que le estoy muy agradecido, principalmente porque abrir la puerta de entrada es una aventura apasionante cada día- y Eric, Brigitte y Clara están en Nueva York por diversas razones: trabajo, vida y turismo. Han llegado un tanto tarde -habíamos quedado a las diez y cuarto- y yo estoy un poco tenso porque no quiero entrar en una misa ya comenzada, con lo que supone eso de ruptura del ritual. Corriendo un poco, vamos desde Manhattan Ave. & 116th St (mi casa) hasta Malcom X Ave. & 126th St (la iglesia a la que vamos). llegamos con las gotas de sudor cayendo por nuestras mejillas pero a justo a tiempo. En la puerta, un hombre con un traje blanco y sombrero del mismo color nos recibe con un apretón de manos y una sonrisa. Yo me alegro de haberme puesto mi única camisa...
Subimos las escaleras hasta el primer piso y entramos en la iglesia, que si no fuera por las cruces y el (especie de) altar-escenario se podría pensar que es una sala de conferencias. Nada más entrar me doy cuenta de que mis prisas no tenían ningún sentido: en la sala sólo hay cuatro o
cinco personas y en el escenario, aparte de dos 'padres' con túnicas negras, una señora que baila, un batería, el guitarrista y el pianista, no hay nadie más. La señora que parece encargada de organizar las cosas nos manda hacia las filas traseras, donde una chica con un traje azul ya se ha colocado frente a una esquina con los brazos abiertos en cruz y se tambalea al ritmo de lo que parecen ser sus rezos interiores. Somos y seremos los únicos blancos, pero en todo momento nos sonríen e incluso alguno se acerca hasta nosotros para darnos la bienvenida.
Durante las siguientes dos horas van entrando afroamericanos (así es como les gusta a ellos que les llames... aunque a mí la palabra me hace pensar en un DJ de pelo rizado en forma de bola) trajeados, cada cual más elegante que el anterior. Esta gente tiene dos ventajas sobre nosotros: no tienen sentido del ridículo y los trajes de colorines les quedan bien. Yo no consigo visualizar a mis abuelas vestidas de rosa, con enaguas, sombrero -rosa también- con flor y zapatos rosas, y sin embargo aquí hay varias señoras muy mayores que llevan combinaciones a cada cual más atrevida. Y tampoco imagino a mis abuelas levantándose en una misa y marcándose un break dance, pero aquí las que llaman la atención son las que no lo hacen. Al ritmo de los diferentes 'presentadores' que se van sucediendo en el escenario, la gente levanta los brazos y grita "Aleluya" o "Amen" (en cierto momento Brigitte se vuelve hacia mí y me pregunta: "¿por que dicen 'ey, man'? ¿A que se refiere? ¿nos esta diciendo 'eh, tíos'?" ), a otros les da el baile de San Vito y vibran girando y diciendo "oh, yeah, I feel God", algunos emprenden un diálogo en voz alta sobre las cuestiones que el cantante-pastor plantea, ...
Hacia mitad de la misa reparo atónito en que los rollos de papel que hay en cada hilera de bancos no son para sonarse los mocos (perdón) ni para secarse el sudor, sino para evitar que las lágrimas de emoción les goteen por la cara. Cuando la cantante-hermana alcanza el clímax, con el batería marcando cada una de sus palabras con un golpe de platillo - "oh, yeah! God loves you! And he is working for you... who is feeling God working for him? You? Yeah! Amen! I feel it! The lord is working for me! oh yeah, aleluya!"- numerosas personas se dirigen a los rollos de papel, cogen un trozo y se secan los ojos... Luego, vuelven a sus bancos y siguen llorando, en silencio o gritando, pero siempre con los brazos en alto y moviendo la cadera al ritmo del coro. Por cierto, ahora en el escenario hay unas cuarenta personas: la mayoría son voluntarios que se han ido uniendo al coro y cantan con un ritmo y unas voces que me hacen sentir torpe y blanquito. Y es que lo soy... sobre todo cuando la boca se me queda abierta de asombro al escuchar desde el escenario la frase del padre que lleva ahora la batuta, que simula hacer footing frente al micrófono y dice: "I feel like terminator". Lo que sigue no lo entiendo porque mis oídos están bloqueados por el impacto de que un cura se identifique con terminator...
Josep y Clara ya han decidido hace días que los negros son una raza superior -por sus cuerpos, por su alegría estruendosa, por sus voces, ...- y salen de la iglesia durante el intercambio entre dos 'presentadores'. Les llamo 'presentadores' porque si les llamara curas no captaríais su papel en este espectáculo: esto no es una misa de las que estamos acostumbrados (en las dos primeras horas no se ha producido ningún protocolo de los que las misas más tradicionales están llenas), es más bien un concierto en el que la temática es religiosa y la gente llora de emoción mística. Eric, Brigitte y yo nos quedamos un rato más, esperando que suba a la tribuna el cura 'serio', el titular de la iglesia. Pero incluso cuando éste sale a escena las cosas cambian bien poco: dice un par de mensajes simples - 'no hay que ser impacientes en la vida'- y luego se pone a cantar otra vez. Y en los cantos, el mensaje es todavía más concreto: "God loves you and he is working for you. Love is contagious". Desde luego, esta gente ha logrado darle un formato a la misa que les hace estar mucho más cerca de su espiritualidad. Incluso cuando pasa la cesta para las limosnas - en este caso, el padre recomienda que hoy demos siete dólares cada uno; el domingo siguiente serán diez dólares porque tienen que comprar comida para pentecostés- la gente se emociona y muchos escriben en un papel sus 'necessary changes' y los introducen en la cesta junto al dinero.
Ya tenemos suficiente y esto parece que va para largo. A las dos horas y media de haber comenzado 'la misa' nos vamos, sin haber asistido a un solo ritual prediseñado pero asombrados de como viven aquí la religión. Yo no me siento más cerca del paraíso ahora que antes, pero me lo he pasado casi tan bien como cuando voy a bailar minimal-house-electro a una discoteca. Sólo me falta perder el miedo al ridículo y ponerme a bailar con ellos, y ya no necesitaré salir por las noches; y encima esto es (casi) gratis.
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