jueves, enero 25, 2007

Archivo: Viaje a la India - Jodhpur

Nota: Si estáis planeando un viaje a Nueva York, os recomiendo que visitéis la guía de Nueva York que he escrito recientemente para BuscoUnViaje.com.

Día 23 de Junio de 2000

Al poco rato de salir del hotel ya me he arrepentido de haber comprado un billete de tren hacia Jaisalmer para esta misma noche. Jodhpur es precioso, la gente amabilísima, los niños nos siguen sin pedir dinero y la brisa que corre entre las calles hace más soportable el calor. Jodhpur me hace sentir muy bien...

Pronto descubrimos por qué la llaman la ciudad azul. Muchas de las casas tienen los muros de color azul marino y el reflejo del sol te sumerge dentro de un mundo azul. Me gusta mucho más que el color rosa de Jaipur y decido que si algún día construyo una ciudad (cosa que hasta ahora no estaba en mis planes, pero quién sabe...) ésta será azul.



Vamos andando desde el hotel hacia el fuerte, guiándonos por pura orientación- la de Oliver, por supuesto-. El color azul nos sigue durante todo el camino, y únicamente se ve interrumpido cuando alguna tienda de fruta o de sharis logra imponer sus brillantes amarillos y naranjas. Mientras paso al lado de un vendedor que sonríe mucho me doy cuenta de una cosa: ¡nadie nos agobia para que le compremos algo! Es el primer sitio de la India donde puedo pasear por las calles sin decir “no” continuamente; esta ciudad cada vez me gusta más.

Todos los niños con los que nos cruzamos nos dicen Hello! y luego nos dan la mano, y mucha gente ya mayor nos pregunta de qué país somos y cuando respondo asiente con gesto de saber exactamente donde está España, su renta per cápita y la alineación de la selección nacional- que me acabo de enterar ha pasado de ronda en la eurocopa-. A pesar del importante peso mundial que tiene España, a los indios les suena más Alemania y Oliver recibe la mayor parte de atención cuando decimos nuestras nacionalidades. Incluso encontramos a un señor que nos habla de Helmut Kohl, y que parece muy enterado de la situación política mundial.

Subimos por una rampa de piedra al fuerte, desde el que se divisa el gran mosaico azul y blanco que forman los tejados de Jodhpur. Como el museo del fuerte está cerrado a mediodía decidimos bajar otra vez a la ciudad y volver a subir por la tarde. Nada más entrar al mercado de la torre del reloj un chaval indio se acerca y nos habla en muy buen inglés. Como siempre, procuro mantener las distancias con la gente que se acerca espontáneamente, pero hay un detalle que me hace confiar más de lo habitual en este chico: nos pregunta que queremos hacer sin proponernos ir a ningún sitio en concreto.

Oliver se queda hablando con él, mientras yo miro los tenderetes. Creo que en esta plaza se puede encontrar de todo, incluso cosas que no existían anteriormente en mi imaginación. Lo que más me impresiona es ver al dentista de la plaza, que está sentado en el suelo con sus instrumentos colocados sobre un trapo en el suelo, y con otro trapo cerca en el que se amontonan dentaduras y dientes postizos. No sé si este hombre está formado para arreglar caries o únicamente se dedica a sacar dientes, pero sólo de pensar en esos alicates oxidados dentro de mi boca me estremezco. También hay un hombre al que veo fabricar un candado- con su llave- en diez minutos, a base de unir trozos de metal. Eso sí que es seguridad personalizada, seguro que esa llave es única en el mundo. Y como suele ser habitual en los lugares públicos indios, la plaza también está llena de gente que vende mangos, muñecas, pelotas de plástico, snacks indios, mochilas, saris, sandalias, zumos,... Es como El Corte Inglés pero al aire libre, sin olvidar la ventaja añadida de que tiene dentista...



Nuestro nuevo amigo, Pinto, ya convertido en guía oficial, nos propone ir a ver los diferentes bazares. Primero nos lleva a la sección de grano, donde un puesto tras otro venden lo mismo: trigo y maíz. Los vendedores están todos sentados en el suelo frente al montón del cereal en cuestión, y aunque yo no alcanzo a saber porque elegir uno u otro, imagino que los clientes que vengan irán comparando las diferentes calidades y precios. Luego vamos a la calle de los turbantes y le pregunto a Pinto cuál es el precio local de uno. Me dice que unas 200 rupias (800 pesetas) y al probarme uno azul veo que me sienta como un autentico maharajá, por lo que previendo largos días bajo el sol del desierto me compro uno. Son ocho metros de tela y aunque me han enseñado cómo ponérmelo no sé si seré capaz de hacerlo yo solo. Cuando Oliver me ve con mi turbante se muere de envidia, y se compra uno negro para él. Los de la tienda también le dicen que parece un maharajá- y él parece creérselo- pero yo sé que en su caso no es verdad: tiene exactamente la imagen de un alemán con un turbante negro. Se nota que, al contrario que yo, no corre sangre de habitante del desierto por sus venas; alguna ventaja tenía que tener haber vivido cerca de los Monegros.

Y por fin llegamos al mercado de especias. En cualquier mercado de cualquier ciudad del mundo de las que he estado, el de especias siempre es mi favorito. Me encantan los colores, los sacos con sus timbres, las básculas, los vendedores con las piernas cruzadas, el olor... Pinto nos dice que nos va a llevar a la mejor tienda del mundo y para mi sorpresa entra en un sitio sobre el que yo ya había leído en la guía: Mohanlal Verhomal. Su tienda es la única que tiene las especias empaquetadas y no a granel, y en la entrada nos recibe con una amplia sonrisa un hombre con el pelo y mostacho teñidos de negro.

Lo primero que hace, antes de que podamos decir que es lo que queremos, es enseñarnos tres emails que ha recibido hoy pidiéndole especias, y luego nos enseña sus dossieres "España" y "Alemania", llenos de cartas, fotos y postales de españoles y alemanes que le agradecen sus servicios. Nos invita a sentarnos, nos sirve un masala tea y nos da una hoja con el "menú" de especias disponible. Luego va dándonos a oler sus especias favoritas y nos da a probar su "polvo para el cerebro", que refresca y vigoriza la mente. También intenta que tomemos un poco de su "polvo de invierno", que da vigor sexual, y no desiste hasta que le explico que no tengo novia.

¿No tienes novia? – responde sorprendido...

Todos los indios se extrañan muchísimo cuando les digo que ni estoy casado ni tengo novia, y se empeñan en darme consejos para conseguir una. Que si un coche deportivo, que si hablarles de cine, que si flores... No pueden entender- y yo con ellos, por supuesto- que un chico apuesto, inteligente y aventurero como yo no tenga a la mitad de las mujeres del mundo persiguiéndole.

Mohanlal se enrolla como las persianas y hasta que consigo hacer un pedido pasa una hora. Quiere que huela todo, que pruebe todo, que vea su ordenador, que me beba su chai... Cuando finalmente consigo decirle que es lo que quiero escribe todo en una lista, anotando la especia, el numero de granos y la calidad de cada cosa que quiero comprar. Luego me hace pasar a su ordenador, donde muy orgulloso de sus conocimientos crea una nueva ficha en el Outlook Express. Y delante de mí, con delirante estilo, escribe un e-mail a mi madre y a mi padre explicándoles que he comprado especias y que he pagado todo al contado. Para los que sepan inglés aquí va esta joya de e-mail:

Dear Muma, I am a spiceman from Jodhpur and I am like your son. Your son gave me order for spices to send you and he paid mi all in advance. When you will get he parcel please inform me so I will get relax. Thakyou in advance,

No sé lo que pensaran mis padres cuando reciban este email, pero seguro que se imaginan algo raro; no todos los días se recibe un mail de un spiceman de Jodhpur diciendo “I am like your son”, que todavía no sé si significa que le gusto o que somos parecidos. En cualquier caso, ninguna de las dos opciones me convence...

Luego vuelve a abrir mi ficha informática y hace una descripción detallada de mi persona, tecla a tecla, para no olvidarse de mí. No consigo leer todo lo que pone, pero alcanzo a ver que soy un chico joven español sin novia que le ha comprado especias.

Después de prometerle a Pinto que volveremos a buscarle a la tienda para ir a comer juntos, Oliver y yo subimos de nuevo al fuerte, y esta vez sí que visitamos el museo. Sus salas están llenas de espadas, palanquines y cunas de bebe, pero lo que más me gusta es que de vez en cuando nos encontramos con músicos enturbantados que al vernos empiezan a tocar y cuando salimos de su vista paran otra vez; son como esos muñecos que hablan cuando te acercas a ellos y se callan al alejarte. Juego a aparecer y desaparecer detrás de una esquina, pero ellos no lo encuentran muy gracioso y paran de tocar. A lo mejor se les han acabado las pilas...



Al bajar del fuerte me quedo mirando a unos chicos que juegan a críquet, intentando adivinar las reglas de tan extraño deporte. Uno de los niños me pregunta si quiero jugar, y dándome la pelota me dice que tire yo contra el bateador. Al verme coger la pelota, un hombre de unos cuarenta años se levanta de su silla-puesto-de-observación y echando al niño que sujeta el bate se prepara para recibir mi lanzamiento. Yo no tengo ni idea de cuál es mi objetivo, ni siquiera sé si voy con el del bate o contra él. Lanzo la bola y todos gritan de admiración cuando el hombre falla en su intento de golpearla. Aparentemente, si el otro no consigue tocar la bola y ésta da en una madera que hay detrás del bateador, eso es muy positivo para tu equipo. El hombre se ha enfadado con mi gran lanzamiento y me exige que lance otra vez. Uno de los chavales de los que se han acercado para ver como jugamos me dice que tire contra las piernas, y haciéndole caso le pego un gran bolazo a la pierna derecha del bateador, que una vez más intentar golpear mi lanzamiento sin éxito. El público hierve de excitación y el hombre se enfada cada vez más...

Juego durante más de una hora y cuando acabo entiendo tan poco de este extraño juego como al principio. A veces bateo y a veces lanzo la bola, y lo único que sé es que al batear hay que intentar tirar rasa a los lados y que al lanzar la bola con la mano hay que procurar que el otro no la toque y tocar una madera que hay detrás de él. A veces después de batear se corre, y otras no, y cuando yo bateo el hombre intenta cortar mis carreras lanzando la bola muy fuerte contra una piedra que está en el centro del campo.

Les pido acabar el juego porque me tengo que ir y no me queda muy claro si he ganado o he perdido. Me preguntan cuántas carreras he hecho y cuando les digo que no lo sé me miran muy sorprendidos: ¿No sabes cuántas carreras has hecho? ¿No las has contado? Si supieran que ni siquiera sé cuándo se hace una carrera se quedarían más atónitos aún.

Un chaval espigado que lleva mirándonos jugar desde el principio sentencia que he ganado yo y el público ruge enfebrecido. Muchos de los espectadores se acercan a felicitarme y no se creen que no me sepa las reglas. Por lo visto tengo muy buen estilo, aunque me dan a entender que soy un poco "sucio"; eso de tirar a las piernas es legal pero de jugadores agresivos. Y yo que me he pasado todo el rato intentando darle al hombre en las piernas...

Nos hacemos las fotos de rigor, intercambiamos direcciones, observan detenidamente mi álbum de fotos - no, esa es mi hermana, no tengo novia- y después de mucho pelear consigo irme hacia donde está Oliver, con el que me voy a buscar a Pinto. Los tres juntos vamos a un restaurante que nunca hubiéramos encontrado Oliver y yo por nuestra cuenta, en cuyo patio un hombre se afeita a sí mismo sentado en una silla, con un balde en las piernas. Oliver y yo pedimos thali (arroz con diferentes curris y chapati) y Pinto, por más que le insisto en que le invito a comer, sólo se pide una Fanta de naranja. El thali resulta ser excelente y repito cuatro veces. Hubiera seguido comiendo todo el día pero cada vez que me sirvo todo el mundo se ríe y prefiero no exagerar.

Repito afeitado y masaje (le estoy empezando a coger gusto a eso de que me afeiten) en un sitio especialmente recomendado por Pinto, y después volvemos a la tienda de nuestro ya íntimo amigo Mohanlal Verhomal. Cuando le enseño la dirección de mi contrincante de críquet, Mohanlal tuerce el gesto y me dice que ese hombre ha estado en la cárcel muchas veces por pelea de navajas, y que pertenece a la mafia local. Me aconseja encarecidamente que no me acerque a él. Y yo tirándole la bola de críquet contra las piernas con todas mis fuerzas... igual la gente gritaba por el peligro de que mi contrincante sacara la navaja y no por mi gran estilo de juego.

Mohanlal nos invita a la bebida más exquisita y refrescante que he probado en mucho tiempo: jugo de caña de azúcar. Es ligeramente dulce y está frío, riquísimo. Después se excusa, se tiene que ir a su curso de ordenadores de las ocho de la tarde, pero por favor – nos pide - quedaos aquí sentados.

− ¿Más té? ¿Queréis utilizar mi ordenador? ¿Un poco de polvo de invierno para remontar la moral y encontrar novia?

He comprado casi 1 kilo de especias y Mohanlal me asegura que llegarán a mi casa en menos de dos semanas. Y lo mejor es que me explica cómo encargar más especias desde cualquier sitio, vía Internet y pagando contra reembolso. Igual monto un negocio de "polvos de invierno" paralelo a mi nuevo trabajo en la costa azul...

Se ha hecho tarde y con gran pesar nos despedimos de todo el mundo. Insisten en que si volvemos a Jodhpur no dejemos de pasar a visitarles, y Pinto me aconseja otros sitios donde dormir la próxima vez. Recogemos las cosas del hotel y vamos a la estación, donde el tren, una vez más, sale exactamente a la hora prevista. Hoy, además de atar la mochila como el otro día, le pongo la cubierta antilluvia alrededor, pero algo me dice que el “ataque” del otro día no se va a repetir en este tren. Uttar Pradesh tiene fama de peligrosa y, definitivamente, Agra me pareció la ciudad perfecta para que me robaran. Todo lo contrario que Jodhpur: ciudad bonita, gente simpatiquísima, mercado interesantísimo; mi mejor día en la India sin lugar a dudas.

Y poco después de que el tren empiece su reposada marcha hacia Jaisalmer, cierro los ojos y duermo.

1 comentario:

Alxemi dijo...

Estuve hace poco en Jodhpur y tambien visité esa tienda de especias. Desgraciadamente su antiguo propietario ha fallecido, aunque el negocio lo continuan sus hijas, yo estuve tratando con una de ellas y negociaban increiblemente bien :P