sábado, febrero 03, 2007

Archivo: Desde Zaragoza hasta Lausana (21.10.1997)

Y el gran día llegó. El momento esperado por toda mi familia (para que me fuera de casa de una vez) desde aquel día en el que me dijeron que me habían concedido un Erasmus en Losan, Suiza. La confirmación de que por un año (y los que pudieran seguir) iba a vivir en un país diferente, usando un lenguaje llamado Francés y relacionándome con unos seres llamados Suizos.

Salí de Zaragoza el martes sobre las cinco y media de la tarde y a las diez y media llegué a Tulus (escribo los nombres franceses tal y como suenan para los que no tienen la suerte de hablar el Francés con mi fluidez y verbigracia.). Cené en casa de Luis, hablamos un rato y luego puso una sabana en un colchón para que me fuera a dormir. Eso de la sabana limpia sobre el colchón me pareció una cosa un poco rara viniendo de Luis, pero como sabe que yo soy un poco delicado y para comer el postre uso un cuchillo diferente al de la carne y además los domingos me pongo el pijama a las 6 de la tarde, creo que decidió hacer ese gesto de buena voluntad.

A las ocho y media del Miércoles ya estaba otra vez de viaje. Después de 7 horas, incluyendo las paradas reglamentarias cada dos horas (mas que nada para dejar descansar al AX), llegaba a Losan. El viaje transcurrió sin mayores problemas, aunque nada más atravesar la frontera Franco-Suiza, esta última me recibió con una agradable lluvia. En la frontera iban dejando entrar a todo el mundo, incluso metiéndoles prisa para no crear atasco, pero al llegar a mí me hicieron apartarme a un lado, a la zona de “revisar a fondo al sujeto”. ¡Ya está! pensé, me van a hacer sacar todo del coche y tendré que dar explicaciones sobre los 5 kilos de jamón, las latas de berberechos, la bolsa con acelgas y las diez latas de Fabada “Litoral”.

Pero ante mi sorpresa, únicamente me preguntaron que venía a hacer a Suiza, a lo que respondí que “estudier”, lo que pareció confirmarles que necesitaba unas clases de Francés. Luego me hicieron comprar la pegatina para las autopistas suizas y me dejaron marchar tranquilamente.

Llegué sobre las tres y media al centro de la ciudad, y en media hora "ya" había encontrado la recepción de mi residencia (que curiosamente no está en mi residencia, sino en otra residencia.... luego pude confirmar que la recepción de la otra residencia NO está en mi residencia). Después de pagar el depósito, intentar comunicarme con la recepcionista por signos, indignarme porque me estaban cobrando de más cuando en verdad el que estaba equivocado era yo, y varias hazañas más del tipo explicarle a una señora que pensaba irme a un apartamento después de Christmas (que lógicamente en francés se dice Noel, como Papa-Noel) conseguí las llaves de mi habitación, la número 32.

Otra vez en el coche y otra media hora dando vueltas por la ciudad, a pesar de que había creído comprender en la recepción que la otra residencia estaba a 200 metros de allí. Finalmente conseguí llegar a la “Rue du Valentin”, y muy contento entré en el edificio numero 27. La entrada era un poco rara, y había un mostrador con señorita y ordenador. Ésta (la señorita) me miró durante un segundo y luego volvió a bajar la cabeza hacia la revista que estaba leyendo, como si no me hubiera visto. Yo iba con mi mochila a la espalda, y dos o tres bolsas en las manos, y como nadie me decía nada subí unas escaleras de caracol en busca de la habitación número 32. Después de asomarme a un par de cuartos que también tenían ordenadores y señoritas trabajando, un hombre salió de otra habitación y me preguntó sobre la razón de mi visita. Tras varias arrancadas de tipo "Est-ce que je..." recurrí a la frase mas socorrida "Do you speak English?", idioma en el que el encargado de la agencia de publicidad me explicó que allí no tenían “habitación número 32”, y que probara suerte en la residencia de estudiantes situada en la parte posterior del edificio.
Ya sin más problemas llegué a mi habitación: es bastante grande, tiene una mesa con cajones, dos sillas, una mesita, la cama y un armario empotrado. Eso que decía el folleto de que tenía lavabo y televisión para cada estudiante debía de ser una broma, porque hay una televisión para los treinta y tres que estamos, y además, en estos momentos “la están arreglando”. Metí toda la ropa en el armario y salvo que tuve que poner los calzoncillos y los calcetines en la mesa-escritorio todo ha quedado bien. Lo de la comida es otra cosa, todavía la tengo distribuida en cajas, y allí seguirá, porque en el cajón de la cocina a duras penas me cabe el desayuno.

El coche tuve que aparcarlo en el aparcamiento del estadio olímpico, a unos 10 minutos de la residencia, porque todos los demás sitios de aparcar están regulados. Digo regulados porque aunque no son de pago hace falta un disco en el que pones a que hora has llegado para que no excedas el tiempo máximo. Estos suizos...

Por la noche bajé a la cocina, con la intención de presentarme a mis nuevos compañeros, pero salvo unos de Barcelona a los que me auto-presenté, los demás habitantes de la residencia no mostraron el menor interés por hablar conmigo. Claro, que esto lo entiendo, teniendo en cuenta que mi francés no da más que para preguntar la nacionalidad y luego simplemente sonrío para darles a entender que soy una persona simpática.

Los de Barcelona parecen majos. Además de invitarme a cenar con ellos me explicaron como funciona la vida aquí, desde donde abrir la cuenta bancaria hasta como conseguir el permiso de residencia. Hay cuatro: una chica trabaja en el COI como secretaria de Samaranch, otro hace una tesis en Informática, otro su proyecto fin de carrera, y una chica hace exactamente lo mismo que yo (quiero decir Erasmus en Ingeniería informática, no que sea mi alma gemela.).

Hoy me he levantado pronto, con la intención de dejar solucionado el tema del permiso de residencia, abrir una cuenta bancaria y hacer el papeleo de la universidad. El asunto prioritario era el permiso de residencia, así que hacia allí me he dirigido. En la sala de espera eran todos africanos, árabes, indios y españoles, no sé si porque el resto de Europeos vienen más tarde (lo que me extrañaría) o porque no necesitan el mismo permiso que nosotros. Todos los que estaban esperando han ido entrando por una puerta, y pocos segundos después salían.

¡Que rápidos son en este país con el papeleo!- he pensado.

Gran error de deducción, no es rapidez en hacerte los papeles, sino en decirte que vuelvas otro día. Al llegar mi turno he entrado por la puerta mágica y me he encontrado en un espacio de metro y medio por metro y medio, frente a una ventanilla tras la cual había una señora con cara de pocos amigos. Yo pensaba que llevaba todo perfectamente preparado para que me dieran el permiso en el momento pero la amable señorita, primero en francés y luego en inglés al ver mi amplio vocabulario, me ha hecho volver a la realidad:

1 - Tengo que rellenar un papel de cambio de domicilio
2 - Mi compañía de seguros tiene que rellenar un papel diciendo que me cubre igual que las compañías suizas.
3 - Mi universidad tiene que rellenar otro papel diciendo que estoy estudiando en Zaragoza.
4 - La carta de admisión de la EPFL (el politécnico de Lausanne) no sirve para atestiguar que voy a estudiar aquí.
5 - La carta de mi padre diciendo que se responsabiliza económicamente de mí le ha hecho mucha gracia. Quiere que lo diga el banco.

Lleno de ánimo por mi primera gestión y con la moral bien alta he ido en busca de un banco donde abrir la cuenta. Uno de los chicos de Barcelona, Marc, me había dicho que lo mejor era hacerlo en un sitio llamado “La Poste”, que debe de ser algo así como correos. Como no me apetecía mucho preguntar por la calle por un sitio llamado “La Poste” he empezado a andar por la ciudad esperando encontrarla por mis propios medios.

Después de más de dos horas caminando sin ver nada similar a correos he recapacitado y rectificado, y en una oficina de turismo me han explicado en perfecto castellano cómo llegar a “La Poste”. Siguiendo las indicaciones de la amable señora he cogido un tren de cremallera sin pagar. Lo de no pagar no ha sido siguiendo ninguna indicación sino por ignorancia: resulta que aquí se pica el billete antes de subir, y no dentro del vagón como suele ser normal.

He encontrado un edificio en el que ponía " Poste " y allí he entrado. Primero un guardia de seguridad y luego una señora en una ventanilla (los dos en francés, mis primeras "conversaciones ") me han explicado que si quería enviar una carta o comprar sellos ese era el sitio adecuado, pero que para abrir una cuenta bancaria mejor fuera a un banco. ¡Me imagino que Marc todavía estará riendo pensando en la cara que pondrían en correos cuando dijera que quería abrir una cuenta bancaria!

Nota posterior: Pues tenía razón el catalán, ayer estuve en otra oficina de la Poste donde si abrían cuentas bancarias. Ahora ya no estoy seguro de que me entendieran en la primera oficina en la que entré.

Todavía con más moral que después de lo del permiso de residencia, he salido a la calle para intentar abrir la cuenta en un banco de verdad. Allí, después de esperar una buena cola, un señor muy amable me ha explicado que sin la tarjeta de estudiante no podía abrir una cuenta, que ninguno de los papeles que tenía le demostraba que fuera a quedarme en Suiza durante un año.

Y otra vez me he encontrado en la calle... estaba dudando entre ponerme a llorar allí mismo o volverme a Zaragoza, pero me he dicho a mi mismo: es el primer día y ya te desanimas. Afronta las adversidades. Así que he cogido el metro hacia la universidad, donde esperaba conseguir la maravillosa tarjeta de estudiante que me iba a abrir las puertas de todos los demás organismos suizos.

A pesar de llevar un mapa con todas las paradas de metro indicadas, saber el nombre de la parada donde tenía que bajar, y que en cada estación ponía el nombre en grande, lo he conseguido: ¡me he pasado de parada! Un niño de unos once años que ha visto como me levantaba justo cuando cerraban las puertas de mi parada me ha tomado a su cargo, me ha hecho bajar en la siguiente parada y me ha dicho que cogiera el sentido contrario sin volver a pagar. Sólo le ha faltado cogerme de la mano y acariciarme el pelo.

En la universidad todo ha salido bien: me han dado la tarjeta de estudiante, un papel que dice hasta cuando voy a estar estudiando, he abierto una cuenta en la sucursal universitaria de la SBS (Societé de Banques Suisses), y he dado un paseo por la zona de informática.

Lo único que ha sido bastante gracioso (para todo el mundo menos para mí) ha sido lo siguiente:

En el CPS (el politécnico de Zaragoza), el primer día de curso, ponen carteles sobre como ir al baño, carteles que te dirigen hacia departamentos, conserjería, y demás puntos neurálgicos del campus, para que los novatos se pierdan siguiendo los carteles y reírse un rato de ellos. Dudo que en Zaragoza haya picado alguna vez alguien, pero lo que os puedo asegurar es que en la EPFL al menos hay un pardillo que ha estado media hora siguiendo carteles. Yo, con tanta vuelta por la universidad me había desorientado, así que cuando he visto un cartel que ponía "Swiss Metro" lo he seguido con la intención de ir a la parada de metro y volver a mi residencia en tan maravilloso medio de transporte. Después de numerosos carteles, tantos que he empezado a mosquearme, me he encontrado mirando a dos carteles pegados a una pared que se apuntaban el uno al otro. “Swiss Metro → ← Swiss Metro”

Espero que nadie lo haya grabado en video, porque sino seguro que triunfa en todos los programas de televisión del mundo, la cara que se me ha quedado, y como he desandado el camino con la cabeza agachada siguiendo en sentido inverso los carteles.

Nota 10 años después: Swiss Metro es un proyecto de investigación sobre la conexión subterranea por metro de las capitales suizas. Lo que yo me quedé mirando era la puerta de entrada al laboratorio de investigación. No era una broma, por tanto, pero yo seguí esos carteles durante 10 minutos, atravesando departamentos y oficinas sin pararme a pensar que ese no era un camino lógico para ir al metro

La ciudad es preciosa: hay muchas calles peatonales (todas en cuesta), casas de madera, el lago, los jardines,... Lo único que no me gusta es que si ahora hace frío y llueve no quiero ni pensar en cómo será el invierno. Hay más trafico de lo que yo esperaba, y los semáforos de peatones duran muy poco. Encima, parece que cruzar en rojo sea pecado y los suizos esperan hasta que se pone verde, aunque se vea claramente que no viene nadie.

Bueno, a ver cómo me las arreglo mañana. Hoy las cosas se han arreglado al final, pero a mitad de día parecía que nunca iba a lograr hacer nada. Una cosa positiva en el dia de hoy (aparte de mi espíritu aventurero y mi capacidad de sobreponerme a las adversidades) ha sido que me he defendido en francés mucho mejor de lo que esperaba, he sido capaz de hacer frases y de comprar y eso me da ánimos para intentar no volver a decir: “Do you speak English?”

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