martes, febrero 20, 2007

Archivo: Compatriota, dímelo tú (23.3.2003)

Definitivamente, en este apartamento es imposible dormir más allá de las siete de la mañana. Nunca hubiera pensado que tal lugar existiera, pero ni yo mismo -capaz de dormir con los pies en la cabeza- soy capaz de luchar contra estas extremas condiciones matinales.

Me llama Flor para decirme que ella y su marido pasaran a buscarme sobre la 11 para ir a casa de su prima. No sé muy bien a qué tipo de barbacoa vamos a ir y me equipo como para ir a un evento social de gran importancia: pantalones blancos de algodón y camisa a juego.

De camino hacia "los Mogotes", la zona donde está la casa, paramos en el único Carrefour que hay en la República Dominicana para comprar la comida. Metemos en el carrito carne como para alimentar a tres pueblos pero el hermano de Flor -lo hemos recogido por el camino- me asegura que no habrá ningun problema para acabarla.

Jonny es el hermano mayor de Flor y me ha permitido observar de nuevo lo que ayer me ocurrió con los amigos de Miguel. Cuando ha subido al coche ni siquiera me ha mirado, como si no existiera; luego hemos estado hablando los cuatro durante unos diez minutos sin que él haga gesto alguno hacia mí y ahora, de repente, se vuelve hacia atrás y me dice: "¿de dónde tu eres?".

Le contesto un tanto tímidamente, cohibido por su brusquedad, pero una vez que el hielo se ha roto -ayer jugando a baloncesto no llegó a romperse- ya no hay quién le pare. Tanto Flor como Jonny son expertos en música española y aunque en mí han encontrado al peor interlocutor posible -segun mi parecer musical, Raphael y Metallica tienen un estilo similar- eso no les afecta y me abruman con nombres de grupos españoles que yo nunca he escuchado.

Todas las salidas de Santo Domingo tienen un peaje en el que hay que pagar 15 pesos (unos 60 céntimos de Euro) tanto al entrar como al salir. Después de la tasa por "abandonar la ciudad" entramos en la autopista Duarte, donde Miguel puede aumentar la velocidad e ir dejando atrás bares y chiringuitos donde ofrecen patatas asadas, platanos -aquí llamados guineos- y cerveza. Jonny y Flor siguen sorprendiéndome con afirmaciones muy informadas sobre Aznar, Zapatero y la situación política española. Jonny quiere ir a Madrid de vacaciones en Julio y me explica muy seguro de si mismo que a las muchachas españolas les gustan los hombres morenitos como él. Yo no sé decirle si es verdad o no, pero si alguien quiere su email para explicárselo lo pongo a vuestra disposicion.

Ya lo he mencionado en varias ocasiones, pero una de las cosas que más me ha impactado aquí es lo bien que conocen España. El sentimiento es en general positivo y ellos aprecian mucho el que yo de muestras de conocer también su cultura y su historia. Lo que no me atrevo a decirles es que todo esto lo sé porque lo lei antes de venir aquí, y que si alguien me hubiera preguntado algo hace un par de meses no hubiera podido decir más de cinco palabras sobre RD. Esta reflexión me lleva también a pensar que cuando nos reímos de los estadounidenses por no saber nada sobre otros países también nos estamos riendo de nosotros mismos: cada uno es ignorante con los que están -o consideran que están- por debajo de ellos. Y si no, que levante la mano el que supiera antes de leer estas líneas algo tan simple como que RD y Haiti comparten la isla de la Hispaniola. Yo no lo sabía hasta poco antes de venir hacia aquí...

Salimos de la autopista y después de quince minutos por un camino de piedras llegamos a la casa de la prima de Flor. Más que casa yo diria que es un chalet de campo: dos pisos, habitaciones gigantescas, terraza kilométrica, piscina, huerto, corrales, ... No sé quién es la prima de Flor, pero yo no he estado en muchas casas así...

En la terraza, tumbado en una hamaca, hay un hombre mayor con vaqueros, camisa de cuadros y gafas de sol. Va descalzo, con la camisa arremangada y cuando se levanta para estrecharme la mano dice: "Saludos compatriota". Inicialmente creo que no se ha dado cuenta de que no soy dominicano pero dudo sobre esta hipótesis cuando Jonny le saluda efusivamente diciendole "Compatriota, ¿cómo tú estás?".

Despues de saludarnos a todos, el hombre nos dice que "la compatriota" está en la casa pero que va a salir enseguida. Yo ya no me puedo aguantar más y le pregunto a Flor que es eso de compatriota por aquí, compatriota por allá, y ella me explica que Balaguer siempre llamaba a todo el mundo compatriota y que algunos de sus seguidores lo siguen usando. Y por extensión, este hombre ha recibido el sobrenombre de "compatriota": él llama a todo el mundo compatriota y todo el mundo le llama a él "el compatriota". Bastante confuso...

De algun sitio surge una nevera llena de hielo con Ron Barceló, cervezas Presidente, vino chileno y güisqui. Tumbado en una hamaca frente a la piscina comienza un día memorable...

Entre vasos vacíos que se llenan automáticamente, el sol tropical que ilumina las montañas que nos rodean, el ruido de la cascada de la piscina, los gritos de la compatriota que advierten a su hijo sobre los peligros del lado profundo de la piscina, la música de fondo de Sabina, Ana Belen, Aute y otros tantos, las risas de Miguel cada vez que Jonny echa un exabrupto y tantos detalles más que mis palabras no llegan a describir, voy dejándome deslizar entre las conversaciones, cada una de ellas más surrealista que la anterior...

- Ramón, escucha compatriota -me dice el compatriota- en España sabéis hacer vino muy bueno, y como yo voy a cultivar viñas aquí quería que tú me dijeras cuántas uvas necesito para hacer una botella de vino.

- Yo no sé, nunca he hecho vino.

- Mira compatriota, con un racimo así -extiende su mano indicando el tamaño- ¿cuánto vino podría hacer?

- No tengo ni idea, si quiere puedo preguntar a algún amigo...

- Bueno compatriota, después hablamos.

Llegan Isabel y Fernando, un indio -de verdad, de los de la India- y una dominicana. Están casados pero no son los reyes católicos, como ellos mismos me confirman muy serios cuando bromeo sobre el asunto (Ramón... no hagas bromas, me repito una vez más). Fernando es originario del Punjab Indio pero se ha educado en varios países y ahora estudia Medicina en Santo Domingo. Isabel no sé que hace, pero me quita las ganas de preguntar cuando me corrije mi español. Le pregunto que cuanto tiempo les ha costado venir desde su casa hasta aquí y ella me contesta diciendo: "Ramón, no se dice costar, se dice durar. Costar sólo se puede utilizar cuando hablas de dinero". Le digo que sí con la cabeza y me voy hacia la hamaca del compatriota.

- Ramón, contéstame una pregunta compatriota: ¿dónde vive la gente en España? Yo cogí muchos aviones cuando estuve allí y me parecio un país muy árido, completamente marrón.

- Bueno, depende de las zonas por las que vaya. El norte es muy verde, y en el mediterraneo vive mucha gente.

- Mira compatriota, yo en Francia sí que vi campos verdes pero en España era todo tierra reseca.

No me atrevo a replicar más y bajo a ver los corrales, donde patos, ocas, gallinas y guineas -algo similar a una gallina pintada- corren como locas para que nadie les ponga el ojo encima y las elija como cena. Adán, el chico encargado de cuidar la finca, anda trabajando en el huerto y le veo cortar unas yucas, unos tuberculos de carne blanca que constituyen la dieta básica de gran parte de America Latina.

Vuelvo a la piscina, donde el hijo de los compatriotas, Jean-Marcos, está llorando porque le duele un ojo. El compatriota lo sienta en su rodilla y le dice:

- Oye compatriota, no te preocupes. Yo he tenido muchos amigos con un solo ojo y les ha ido muy bien en la vida.

Su hijo llora con más fuerza que antes y va a refugiarse en brazos de la compatriota...

- Ramón, compatriota, dime de dónde tú eres.

- De Zaragoza.

- Y dónde esta eso, compatriota.

- Entre Madrid y Barcelona.

- Pues yo fui en guagua de Madrid a Barcelona y no vi esa ciudad.

- Quizás ibas dormido, compatriota - interviene Flor.

- No, imposible. En esa guagua era imposible dormir, había demasiadas curvas.

- ¡Pero si la carretera es casi recta! - le corrijo.

- Escúchame compatriota: eran todo curvas, y no pude dormir y no vi Zaragoza, compatriota. ¿es un pueblo chiquito?

- Bueno, unos 700 000 habitantes.

- Pues no debía de estar allí cuando yo pasé, compatriota. Yo sólo vi curvas entre Madrid y Barcelona.

Flor ve que yo tengo la intención de seguir rebatiéndole sus argumentos y me tapa la boca. El compatriota parece satisfecho de haberme convencido de que Zaragoza no existe y se va a supervisar la barbacoa. Poco después viene la compatriota y me explica que el compatriota se confunde con la visita que hicieron al Escorial, y que entre Madrid y Barcelona fueron en avion.

Flor propone ir a una poza a bañarnos antes de comer y Miguel, la compatriota, el compatriotín y yo aceptamos y nos subimos a la jipeta. Una jipeta -a leer llipeta- es el nombre que utilizan aquí para los 4x4, imagino sin mucho esfuerzo que por extensión de los primeros jeeps que llegaron a RD.

De camino hacia la poza atravesamos el primer lugar de RD en el que veo miseria. Es lo que llaman aquí un "paraje", básicamente un conjunto de destartalados cobertizos de madera alrededor de un camino de tierra. Hay niños desnudos jugando por los lados de las casas, chicos jovenes en motocicletas haciendo carreras, viejas sentadas en sillas en improvisados porches, gallinas picoteando entre las hierbas, ... y nosotros pasando por el paraje con una jipeta que cuesta más dinero del que esta gente tendrá en toda su vida. La pobreza más absoluta en el patio trasero -nos ha costado venir 2 minutos desde la finca- de las fincas donde los ricos de Santo Domingo pasan los fines de semana. La gran diferencia respecto a las zonas deprimidas de nuestras grandes ciudades es que allí nadie se atrevería a entrar en un Mercedes y aquí ni siquiera nos miran mal.

Esta es la miseria que en otros países te encuentras a la vuelta de cada esquina. Para verla en RD hay que salirse de las vias principales y aunque en los barrios normales de Santo Domingo se ve pobreza, suciedad y falta de matenimiento no se respira este aire opresor que tienen los
sitios donde la gente subsiste en lugar de vivir. Por lo poco que yo he podido observar, este país saldrá adelante y cada vez habrá menos gente en estas condiciones. Las instituciones son un desastre, la corrupción política campa a sus anchas y mucha gente vive con el agua al cuello,
pero se ve iniciativa para cambiar las cosas, la gente tiene un interes político en el que invierten mucha energía y el respeto entre personas es muy superior a lo que yo esperaba. De la misma forma que estoy "decepcionado" con la falta de afabilidad de la gente que me voy encontrando (no así con la que voy conociendo) estoy gratamente sorprendido viendo que nadie echa a patadas a los niños limpiabotas o trata despectivamente a sus sirvientes.

La poza no es tan idilica como yo la habia imaginado a partir de la descripción de Flor, pero un baño nunca sienta mal. Hay niños del paraje haciendo competición de salto desde una roca y su mérito no está en las volteretas que dan sino en no romperse la cabeza: esta poza no cubre más
de un metro.

Volvemos atravesando de nuevo el paraje y ahora me fijo en que hay numerosos niños y niñas vestidos de volantes, lazos y vestidos vaporosos. Flor dice que los domingos todos se ponen sus mejores galas porque es el día especial, el día de enseñar a los demás lo bien que nos va. Aunque muchas de estas familias viven en una sola habitación bajo un techo de uralita siempre tendrán un dinero guardado para los domingos poder salir a pasear con elegancia. Por lo que he oído en reuniones familiares, antes en los pueblos españoles era igual para ir misa... ahora creo que es lo contrario, tendemos más a ponernos el chandal y hacer una parrillada.

Volvemos a casa, donde el compatriota nos espera tumbado en la hamaca con un bañador, camisa, gafas ahumadas y una cerveza en la mano. Me ofrece un vaso de ron y declino la oferta dándole a entender que yo voy bien servido para un rato.

- Ramón, compatriota, acercate a mí. Escuchame compatriota -me dice muy serio- el hígado necesita lubricar y si no le pones aceite se estropea.

Me libro de la lubricación gracias a la llamada "a comer" que la compatriota nos lanza desde la barbacoa. Vamos llenándonos los platos de comida hasta no poder más, lo que acompañado de una cerveza que sí acepto y el güisqui que no acepto pero de alguna forma aparece en mi mano, me traslada a un estado de somnolencia total. Estoy tumbado junto al compatriota -hemos hecho buenas migas- pero él debe de estar peor que yo porque tiene los ojos cerrados y respira lentamente.

Para evitar dormirme -una siesta para mí es equivalente a decir adios al día- me levanto e intento que alguien me haga caso. Jonny me dice que ponga a Sabina mientras se emociona contándome el concierto que vino a dar a Santo Domingo hace poco. Fernando me explica en su acento estadounidensindiominicano que ha pasado toda su vida saltando de país en país -sus padres deben de ser diplomáticos- e Isabel sonríe mucho y dice alguna tonteria sobre lo feo que es Francia porque le robaron su maleta entre Niza y Montecarlo.

Me deslizo hacia Flor y Miguel que charlan bajo un arbol, pero por el camino una mano surge de la nada y me agarra del brazo.

- Compatriota, ¡qué cantidad de barrancos que hay en Barcelona!

- Bueno -balbuceo- quizás... yo no los he visto nunca pero si usted lo dice...

Consigo llegar hasta Flor y Miguel, y les hago la pregunta que tengo en la cabeza desde que hemos entrado por la verja de entrada de la finca:

- Decidme... ¿quién es el compatriota?

Flor y Miguel se miran, sonríen y entre los dos me van explicando que ahora está jubilado, pero que fue una persona muy importante en su pueblo. Empezó con una ferretería y luego montó un negocio de compra-venta de material de construcción con el que ganó mucho dinero. Por lo poco que ellos saben sobre esa época de la vida del compatriota creen que fue una persona generosa y que ayudó a mejorar la vida de la gente de su región. Ahora sigue haciendo algunas operaciones al por mayor y todavía va a diario a la ferretería, más como hobbie que como trabajo.

La tarde va discurriendo lentamente, entre conversaciones, sentencias firmes del compatriota que nadie le discute, risas y lloros alternados de Jean-Marcos, preguntas hispanofilosóficas de Jonny -"Ramon, ¿tú conoces lugares de fiesta en Madrid, verdad?-, Miguel que bromea sobre mi experiencia con sus amigos, Flor haciendo encuestas de opinión sobre que música deseamos escuchar, Isabel que me comenta lo sucia que le pareció España y Fernando que intenta sacar a bailar merengue a todas las chicas.

Cuando ya todos parecemos dispuestos a volver a casa, el compatriota tiene la brillante idea de invitarnos a cenar una guinea guisada. Rapidamente se encuentra el quorum y mandan a Adan al corral para elegir nuestra cena y desplumarla. Por un momento estoy tentado por acompañarle pero luego me doy cuenta de que si le veo matar la guinea y desplumarla, luego me será imposible comérmela. Es el problema de ser un hombre urbano, aunque sea de un pueblo inexistente y chiquito como Zaragoza.

La compatriota, Flor y yo vamos al colmado del paraje a buscar los ingredientes del guiso. Ahora que está oscuro se ve más agradable que por el día: algunos hombres juegan al dominó bajo una linterna, parejas de jovenes bailan sobre la calle al ritmo de un merengue, los niños juegan alrededor de nosotros, ... el ambiente es mucho más alegre de lo que uno imaginaría viendo las condiciones en las que vive esta gente.

El colmado de este paraje es la habitación de los secretos y cada ingrediente que mencionamos aparece en un baúl del suelo, de un cajón del armario, de una estantería cubierta por una tela o colgado de una cuerda del techo. Todo está muy mugriento pero rescatamos en buen estado unos tomates, sal, especias y unas hierbas que no reconozco.

Volvemos a la finca y después de pasar por cerca del compatriota -"Ramón, compatriota... los españoles sí que tuvisteis suerte: llegó el Euro y de la noche a la mañana teníais mucho más dinero. El Euro es una buena moneda, y no esa peseta llena de ceros que no valían nada"- aparezco en la cocina. Intento ayudar a la compatriota y a Flor con mis escasos conocimientos de cocina dominicana, primero pelando -destrozando- la yuca y después lavando la guinea ya troceada por Adan. La receta es simple: se limpian y se pelan todos los ingredientes, se meten en el puchero y se deja hervir todo junto durante una hora.

Cuando la compatriota echa las hierbas que hemos comprado en el colmado le pregunto que son, de lo que me arrepiento inmediatamente porque es una de las cosas que más odio en el mundo: cilantro. Ruego al Dios de la gastronomía para que se le caiga fuera y no en el guiso, y luego cierro los ojos para no contemplar el desaguisado -y nunca mejor dicho- que la compatriota va a cometer (hoy estoy de lo mas ocurrente, ¡hasta juegos de palabras! no me reconozco...).

Vuelvo a la terraza, donde el compatriota tiene a todos muy pendientes de sus palabras...

- Ven aquí compatriota Ramon, acércate a nosotros. Les contaba a los compatriotas que yo tuve galleras porque vi que eran un negocio muy bueno, no porque me gustaran las peleas de gallos. Y como tú sabes, compatriota, los mejores gallos del mundo son los españoles.

- Claro -afirmo con la cabeza- los famosos gallos españoles.

No sé si es verdad o no, pero si algo he entendido hoy es que al compatriota no le puedes llevar la contraria sin pasar luego una hora dando explicaciones.

- Miren compatriotas, las galleras son muy buen negocio si uno no se involucra demasiado. Un buen amigo mío entregó su vida a las apuestas de gallos y al final lo mataron. Un día le encontraron desprevenido y le pegaron un tiro. A mí nunca me pasó aquello porque siempre supe diferenciar entre negocio y apuestas. Hay muchos millones de pesos en las peleas de gallos... yo lo sé bien, compatriotas.

Mientras nos habla se le ve rememorando otros tiempos. Yo no consigo imaginarme la vida de este hombre, ni los negocios en los que ha estado metido. Quisiera creer que dentro del salvaje mundo de los negocios dominicanos ha sabido mantenerse limpio, y escucharle ayuda a creerlo
así porque tiene algunos principios morales muy claros y parece seguirlos como una guía de vida adaptable pero exigente.

Comienzan a servir la guinea y cuando pruebo la yuca empapada en la salsa del guiso creo morirme del gusto. Ligada con algun alcohol que han echado sin que yo lo viera -eso de rechazar un vaso de ron nunca me lo perdonaran- y pequeños trozos de tomate mezclado con el jugo de la guinea, esta salsa -y esta yuca- son el mayor pecado que mis papilas gustativas han cometido en mucho tiempo. Ni siquiera siento el cilantro, y esto que me estoy comiendo está tan absolutamente magnífico que mi mente urbana se retrae y mi lado campesino me incita a bajar al corral y degollar cualquier bicho que encuentre allí para poder seguir degustando un guiso tan exquisito como éste.

Repito hasta que el puchero esta vacío, y no pido un tupperware con salsa porque veo que Flor ya lo ha pensado antes y no quiero hacerle la competencia. Quizá luego podamos negociar quién se la queda...

Paladeo con placer los últimos instantes de la noche... el compatriota sigue explicándonos su vida pero creo que ya nadie presta atención porque seguimos envueltos en sabores grabados en fuego en nuestras mentes. Es noche cerrada, el ambiente un poco humedo, el ruido de la cascada artificial se mezcla con la voz del compatriota, los espíritus están relajados, las caras comienzan a mostrar signos de fatiga... ha llegado el momento de volver a casa.

El momento se convierte en "periodo de tiempo" cuando Fernando nos dice muy preocupado que su jipeta no se prende (y no es un error de extranjero, aquí "prenden" los aparatos y las máquinas, igual que los petardos). Rápidamente se forma un comité de expertos mecánicos que
intentan encontrar el hueco donde hay que meter un cable que han encontrado suelto en el motor. Fernando y Miguel se van metiendo bajo el coche para investigar y el motor sigue sin reaccionar. Cuando ya no tengo esperanzas de poder volver a casa en un tiempo razonable -el comité de expertos sigue reunido, y mi conductor está entre ellos- aparece el compatriota e intenta meter el cable suelto en el deposito del limpiaparabrisas, sin lograr con tal acto agilizar la reparación.

Mientras Jonny me dice que él sabría arreglarlo pero que no tiene ganas, se pone a llover de una forma torrencial; el compatriota sale de debajo del coche y grita:

- compatriotas, vamos a dormir que es muy tarde. Yo llevo a Fernando e Isabel a su casa y mañana mandamos un mecánico a buscar la jipeta.

Y así, cada uno entra en su vehiculo y podemos poner rumbo a ese mueble tan apreciado cuando uno está cansado: la cama. Casi sin tiempo para quitarme las gafas me dejo caer sobre el colchón y murmuro sin acabar la frase...

Buenas Noches, Compatriotas

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