martes, noviembre 20, 2007

La apasionante aventura del Raval - Cápitulo I

Allá por el mes de Diciembre logré dar con el piso que llevaba largo tiempo buscando: un ático abuhardillado con vigas de madera vistas, paredes de ladrillo antiguo, parquet y separando la sala de estar de la cocina una escalera de madera que llevaba a... ¡un terrado de 40 metros cuadrados! Después del consiguiente papeleo con notarios, bancos y demás amables instituciones que velan por nuestro bienestar, llegó el día de la mudanza.

Para las mudanzas yo siempre he seguido una regla de oro: invita a tus amigos a pasar un fin de semana a tu casa, alquila un gran camión y, siempre a posteriori, convence a tus amigos para que transporten el camión. Si alguien va a aplicar este método, le aconsejo que no repita dos veces con el mismo amigo, y que mejor no lo intente con David, Alberto, Noelia, Luis o Silvia porque ya se lo saben y no creo que caigan otra vez.

Por la noche, con los muebles ya en su sitio (subidos siguiendo otra regla de oro: los amigos que suben los muebles no deben de ser los mismos que han transportado el camión; es decir, no lo intentéis con Juancho, JR, Genis, Cristina, Bet, Josep o Fabien), con un gozo extraño en mi interior gracias a estar por primera vez en mi vida en suelo de mi propiedad, con el estómago lleno de todo lo que dan en el uruguayo cercano a mi casa (no pidáis la pizza familiar + vino por 9 Euros), me senté en mi nueva terraza junto a Luis a comentar lo feliz que se puede llegar a ser después de un día así.

No recuerdo cual de las innumerables razones para ser feliz estábamos debatiendo cuando la puerta de la zona común de la terraza se abrió. Quizá deba dedicar una línea a explicar que el edificio tiene 4 áticos con terraza, una en cada esquina, y que en el centro hay un pequeño cuarto rodeado de un pasillo que pertenece a la comunidad. Este pasillo 'común' está separado de las terrazas privadas por una valla. Dicho esto, y con el causante de la interrupción ya con sus pies sobre el suelo de la zona común, Luis y yo pudimos observar como este llevaba una botella de agua (de litro y medio, para mas señas) en la mano.

El intenso dialogo entre Luis y yo se quedó para siempre colgando en el aire sin que nadie vuelva jamas a recuperarlo, porque nuestro amigo (me permito esta ligereza a pesar de lo breve de nuestro encuentro) llamó nuestra atención cuando echó el agua que llevaba en la botella por el suelo. Yo recuerdo haber pensado que vaciaba la botella para calcular la inclinación del suelo, pero mi hipótesis perdió validez cuando el misterioso hombre de la noche se acercó hacia la valla de mi terraza, se apoyó en el muro y saltó el mismo, encontrándose dentro de mi terraza antes de que yo pudiera darme cuenta de lo improbable de mi suposición: no llevaba transportador de ángulos.

Miré a Luis, el me miró a mí, los dos miramos al suelo pretendiendo que no habíamos visto nada, y al volver a levantar la vista vi que mi visitante se dirigía con paso tranquilo y seguro hacia mi fregadera, sin siquiera fijarse en nosotros. Entonces, digno hombre de mi casa, defensor de los derechos de propiedad que nos trajo el capitalismo, valiente en mis convicciones, logré sacar un hilillo de voz:

- (voz de pito) Señor, ¿qué hace aquí?
- (voz muy tranquila) Nada, voy a coger agua

Recordad que yo estaba en mi terraza, sentado con Luis a mi lado, en sendas sillas, y que el hombre había saltado mi valla. A pesar de eso, su tono de voz consiguió hacerme sentir culpable por recriminarle que estuviera en mi casa intentando coger agua; agua que pago yo por otra parte.

- (voz de pito y flojita) Pero esta es mi casa...
- (voz extremadamente tranquila) Pero esta vacía, ¿no?
- (voz de pito, flojita y con culpabilidad) Pero yo vivo aquí...
- (mirándonos fijamente, sin moverse) Bueno, no lo sabía. Adiós

Y se fue por donde había venido, saltando la valla con la naturalidad del que se sube al autobús.

Desde nuestras sillas, recuperándonos de la sorpresa de recibir visitas a esas horas de la noche, Luis y yo intentamos entender cómo podía ser que alguien subiera hasta una terraza con una botella de agua medio llena, tirar este agua y entrar en propiedad ajena saltando una valla con el único aparente propósito de volver a llenar la botella de agua en la fregadera.

Las opciones que consideramos fueron:

- no subía a por agua sino a darme la bienvenida a mi nueva casa. Mi voz de pito le resultó desagradable y se inventó lo del agua.

- estaba claro que era vecino porque tenía llaves de la puerta de la terraza común. Por tanto, había subido desde su casa. Por tanto, el agua de mi fregadera le gustaba más que la de su casa. O en su casa estaban todos los grifos ocupados y no quería esperar.

- mi terraza es conocida por sus aguas milagrosas, y ha habido apariciones en el pasado de San Paciano (patrón de mi calle). Por tanto debía esperar cada noche peregrinos que vinieran a beber sus aguas curativas. Debatimos la posibilidad de montar un tenderete y sacar algún beneficio de este asunto, con botellas de agua ya embotelladas con la imagen de San Paciano.

- era un enviado de la comunidad de vecinos para ver si era digno habitante del edificio. Si tal era el caso, había pasado el examen con un aprobado justito, al casi haber pedido disculpas por echar a alguien de mi casa.


Confieso que esa noche me fui a la cama sin haber resuelto el dilema. Pero no tardaría mucho es saber cual había sido la causa real, y este conocimiento llegaría por razones que se expondrán en otro cápitulo de esta saga barcelonesa.


Próximos posibles capítulos:

- de como reventaron el cuarto de las llaves de agua
- de como reventaron la puerta de entrada del edificio
- de como las cartas son un bien comunal
- de como elegir una plaza de parking junto a un alcohólico
- de como sacar un dinero extra al mudarse de casa
- de como instaurar unas normas de convivencia en la comunidad
- de como fui piso a piso avisando de que vendrían a desratizar, y de lo que vi en esos pisos
- de como abrir una puerta con una radiografía
- de como aguantar la respiración al coger el ascensor
- de como lavar la ropa sin comprar detergente y sin lavadora propia

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Son adaptaciones de Alan Poe? ¿Chirridos del subcosnciente infantil inmobiliario una vez superada la fase oral? ¿Provocaciones quánticas a los infinitos mundos posibles? ¿Una tesis doctoral de la ley de Murphy?

goloviarte dijo...

te invito a participar en mi blog directorio aquiestatublog.blogspot.com
te conocerán mejor,pasate y deja tu blog en el libro de visitas,y perdona si consideras esta invitación spam
por cierto soy de Zaragoza